Juan Carlos Moreno, periodista y técnico de comunicación para el desarrollo rural
Jueves, 29 de junio 2023, 17:12
En este oficio, en ocasiones debes escribir y no te apetece. Aunque en otras, como ahora, te apetece escribir pero quizá no deberías hacerlo. Esta es mi tesitura en estos momentos.
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Siempre he estado atento a la política y me ha interesado la información política. Aunque debo confesar que actualmente me cansa. Salvo excepciones, la encuentro vacua de contenido, llena de excesos y en muchos casos falta de rigor. Me cansa e incluso me llega a provocar un cierto hastío. En consecuencia, cada vez la sigo menos, sea dicha la verdad. Pero, por otro lado, está claro que nuestra implicación política -la de todos nosotros, ciudadanos de a pie-, a través de nuestro ejercicio del voto, es clave y en unas semanas va a determinar el país que queremos y a quién encargamos gestionarlo.
Por norma, en mis escritos siempre intento mantener la rigurosidad y el respeto. Sin embargo, en este tiempo en el que en casi todos los ámbitos, incluidos no pocos medios de comunicación, parece impuesta la corrección política -a pesar del griterío generalizado, la incontinencia verbal, la exageración y la escasa rigurosidad- voy a intentar alertar de la especial trascendencia de la votación que se nos ha sobrevenido encima para el 23 de julio próximo.
En esta ocasión más que en otras, se puede aseverar que no van a ser unas elecciones cualesquiera o de trámite. A pesar del hartazgo que hemos alcanzado de asistir a impostadas peleas entre buenos y malos, no podemos quedarnos en casa a verlas venir. En esta ocasión, quizás más que en otras, nuestra decisión en las urnas no va a condicionar matices, sino que vamos a tener que elegir entre dos modelos de Estado muy concretos y diferenciados.
Por supuesto, cada persona es libre de votar a cualquiera de las opciones que legalmente caben en nuestro marco democrático, faltaría más. Es una de las grandezas de la democracia, por mucho que se quiera denostar y por muchos déficits que pueda tener. Pero ¡Ojo! Que no da lo mismo un voto que otro.
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Voy a intentar ser claro, concreto y conciso, aunque peque de políticamente incorrecto, que me parece que se nos está indigestando tanta corrección en nuestro afán de militar en el buenismo.
Aunque a veces nos dé la sensación de que no sirve para mucho nuestra participación en el proceso electoral, lo cierto es que cada voto cuenta y mucho, y decide. Cada voto puede decantar la balanza en una dirección u otra. Y, por desgracia, los matices, en esta ocasión sólo van a venir después, una vez hayamos decidido el rumbo general por el que queremos que vaya el país: si avanzando mediante un bloque de progreso o bien dando la batuta al bloque conservador, que no solo flirtea, sino que blanquea a la ultraderecha.
En esta ocasión no hay medias tintas. Prácticamente, votemos lo que votemos, se adscribirá a uno de esos dos bloques, o si queremos a una de las dos bien diferenciadas visiones de lo que debe ser el Estado. Porque hay que tomar la decisión en clave estatal, no bajo el prisma municipal o autonómico. Así que utilicemos ese derecho al voto (al sufragio universal) que tanto costó recuperar a mucha gente de este país y no lo malgastemos pasando de ir a votar o haciéndolo como un ejercicio de frivolidad.
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Es nuestra decisión
El resultado que surja de las urnas el 23 de julio será nuestra decisión y nuestra responsabilidad. Nosotros somos quienes ponemos al frente de los gobiernos a las personas que consideramos mediante nuestra acción del voto. Únicamente nosotros, el pueblo, la ciudadanía en su conjunto, voto a voto. Por tanto, nuestro voto debe responder a lo que queremos.
Si deseamos un Gobierno que apueste por la sanidad pública o preferimos uno que haga crecer a las aseguradoras y la sanidad privada. Si queremos un Gobierno que apueste por la protección a los más desfavorecidos y a las clases trabajadoras o uno que defienda que cada cual se apañe como pueda. Si queremos un Gobierno que redistribuya la riqueza y haga pagar más a quien más tiene, o por, contra, uno que proteja el enriquecimiento de las grandes compañías y el capital. Si queremos un Gobierno que apueste por el avance y protección de las libertades, la igualdad y las minorías, o uno que pretenda detener ese avance e incluso derogarlo, cuando no caminar hacia atrás. Después, de nada valdrá lamentarse.
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Cada cual es libre en el ejercicio de su voto, por supuesto. Yo no seré quien le diga a nadie qué ha de votar. Lo único que digo es que voten, a la opción que prefieran, pero que no lo hagan por impulso, sino por la fuerza de la razón. Porque lo que necesitamos es un país que tenga claro su camino, que lo pueda ejercer con estabilidad y que nos aporte prosperidad. Dejémonos de enfrentamientos enconados, de falsedades interesadas, de peleas viscerales y pensemos realmente en el bienestar del país, en el nuestro propio y, por qué no, en el del vecino. Votemos. Todos, por favor.
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