Borrar
La verdadera historia de una impotencia

Opinión

La verdadera historia de una impotencia

... y de aquellos barros, estos lodos, esta derrota inapelable de la inteligencia

Alejandro Tanco Recio, militante del PSOE

Jueves, 9 de noviembre 2023, 23:23

Decía David Trueba en un artículo escrito para El País que «todo acto de agresión es una derrota inapelable de la inteligencia. Incluida la representación narrativa, que es ya hoy un tópico perezoso de la incapacidad creativa. No lo duden, cada estallido violento esconde la verdadera historia de una impotencia».

No lo duden, cada estallido violento esconde la verdadera historia de una impotencia… La de no dominar el Donbass, la población palestina o el Gobierno de España.

El sábado, como militante del PSOE que no evade su responsabilidad, fui a votar y voté sí al intento de alcanzar acuerdos de gobernabilidad por varios motivos. Pero especialmente por uno, tratar de encontrar una solución a través del diálogo a la, mal llamada, cuestión catalana, que permita una convivencia pacífica entre las diferentes perspectivas ideológicas que existen en nuestro país.

El enfrentamiento constante puede dar réditos electorales tanto a nacionalistas patrióticos como catalanes y de ahí que se busque la crispación -como se buscó, aunque la situación en Euskadi hubiera cambiado drásticamente, tildando de terroristas a quienes acabaron con el terrorismo- pero ni solventará el problema ni nos permitirá vivir en paz.

Y no existen más motivos ni para calentar la calle ni para matarse a pedradas entre ellos mismos. Ningún hijo quiere vivir con quienes vierten su odio contra él y eso lo saben. Al menos la mayoría. Otra parte, simplemente, sufre el Efecto Dunning-Kruger.

Si el problema fuera la amnistía porque afectara a delincuentes, hubieran puesto el grito en el cielo cuando se aprobó una amnistía fiscal que permitía que traficantes de órganos, de seres humanos, de armas, narcotraficantes como Marcial Dorado, implicados en una trama Gürtel que ya se ha cobrado doce vidas, los Rodrigo Rato de turno y demás titulares de tales virtudes pudieran blanquear su dinero sin asumir la responsabilidad penal derivada del delito que fuera. Tan siquiera se investigaría su verdadera procedencia.

También lo hubieran hecho cuando Aznar, en un sólo día y a pesar de que la Constitución prohíbe los indultos generales -No, no es lo mismo el indulto, que exige una condena previa, que la amnistía, sobre la que no existe prohibición constitucional- indultó a 1443 presos. Entre ellos, al juez Gómez de Liaño condenado por prevaricar para acabar con Polanco.

El grito en el cielo

Si el problema fuera la constitucionalidad de la medida hubieran puesto el grito en el cielo cuando el Tribunal Constitucional declaró inconstitucional la amnistía fiscal y sin embargo, esa sentencia, tuviera los mismos efectos que cuando tienes tos y te rascas la barriga. Habrían puesto el grito en el cielo al ver que, a pesar del mandato de la Carta Magna, el Consejo General del Poder Judicial continua sin renovarse cinco años después de tener que hacerlo.

También, cuando este órgano decidió pronunciarse sobre algo que no existe, como es la famosa ley de amnistía, contraviniendo varios de los principios básicos de nuestro derecho, especialmente ése, el de pronunciarse sobre cosas que no existen y, por supuesto, lo hubieran hecho cuando los propios miembros de los órganos votaron contra su propia recusación para mantenerse en el cargo.

Si el problema fuera la quita del 20% de la deuda, medida de la que se beneficiarán todas las comunidades autónomas, también habrían puesto el grito en el cielo cuando Aznar cedió el 33% de lo recaudado en el IRPF, el 35% del IVA, el 40% de impuestos especiales y las nuevas competencias en tráfico, desempleo y puertos, algo que, además de superar la cuantía de la condonación, se hizo sin acordar medidas en beneficio del resto de autonomías.

Y si el problema es que no se considera que así se vaya a resolver la cuestión catalana podrían tener razón. El tiempo lo dirá si se aprueba una ley de amnistía, pero como dijo o se le atribuye a Einsteín «si buscas resultados distintos no hagas siempre las mismas cosas» y el método indolente y apático que siguió el PP para afrontar la, mal llamada, cuestión catalana, después de recurrir un Estatuto de Catalunya con el que vivíamos tranquilos -no voy a hablar del reconocimiento a las nacionalidades recogido en el artículo 2 de nuestra Constitución- consiguió lo que nunca nadie había conseguido.

Esto es, la celebración de dos referéndum y una Declaración de Independencia -cosa por la que debieran haber puesto el grito en el cielo los mismos que, para defender a España, destrozan su patrimonio- y no se les ocurrió mejor forma de enfrentarse a lo que ellos habían provocado, desentendiéndose del asunto, que llevar a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado montadas en un barco ilustrado con imágenes de Piolín a defender la patria a base de palos, muchos recaídos sobre quienes sólo llevaban una papeleta en la mano.

Y así, con las calles ardiendo, pasando a la historia por ser el primer Gobierno que hizo desaparecer a Catalunya como entidad territorial mediante la aplicación del artículo 155 y un ambiente con el que se debían sentir a gusto porque recuperaba el aroma de esa Euskadi de los años 80 y 90 que tanto añoran, se quedaron esperando el futuro, puro en mano.

Y de aquellos barros, estos lodos, esta derrota inapelable de la inteligencia, incluida la representación narrativa, tópico perezoso de la incapacidad creativa. Porque, no lo duden, cada estallido violento esconde la verdadera historia de una impotencia.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

hoy La verdadera historia de una impotencia