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Colaboración
'El 47' trae a la memoria la lucha vecinal en los últimos años del franquismo y los primeros de la democraciaColaboración
'El 47' trae a la memoria la lucha vecinal en los últimos años del franquismo y los primeros de la democraciaAlejandro González Terriza
Domingo, 16 de febrero 2025, 22:04
La actividad del renovado Cine Club Pasolini comenzó con el visionado, gratuito para todo aquel que quiso acercarse (y fuimos Legión, a pesar de la lluvia) de 'El 47', una película que trae a la pantalla y a la memoria lo que fue la lucha vecinal en los últimos años del franquismo y los primeros de la democracia.
En un mundo en el que los partidos políticos y los sindicatos estaban prohibidos y existían solo en la clandestinidad, las comunidades de vecinos luchaban por los derechos de todos aquellos cuyo duro esfuerzo mantenía en marcha la sociedad, pero que debían conformarse con viviendas precarias en el extrarradio, a menudo levantadas con sus propias manos.
A diferencia de los políticos profesionales, los líderes de aquellas asociaciones eran personas corrientes que se complicaban la vida con su actividad reivindicativa. Manolo Vital, el protagonista de la película, es un gran ejemplo de este tipo de líder reticente, que solo toma la iniciativa y 'la arma' cuando ve que el poder no entiende otro lenguaje que el de la presión, sea de los de arriba o de los de abajo.
Frente a la narrativa tipo Victoria Prego que nos presenta la transición como una jugada genial de los renovadores que desmantelaron desde dentro el aparato franquista, es bueno recordar que el paso a la democracia vino también dado por las reivindicaciones populares, que solo podían obviarse o ningunearse hasta cierto punto. Más aún cuando todos aquellos descontentos pasaron a ser votantes, a los que convenía convencer de que estarían mejor con los unos o los otros en el poder.
La película es muy hermosa porque se centra en dos luchadores: de un lado, Manolo, que, como Beowulf cuando parte a enfrentarse con el dragón, da la impresión de estar viviendo su última y más importante aventura cuando decide secuestrar el autobús que conduce y llevarlo a su barrio.
Del otro, su hija, la 'princesita de Monte Baró', una muchacha que al principio parece ver la lucha de su padre y sus compañeros con escepticismo y lejanía. Esto se expresa muy bien cuando llega a casa y se encuentra que está sonando en el tocadiscos 'Gallo rojo, gallo negro', de Chicho Sánchez Ferlosio.
Retórica de lucha y reivindicación
Como tantos chavales de los 70 que se sentían ya en otra película, la hija de Manolo quita con desgana el disco, harta de la canción favorita de sus padres, que simboliza una retórica de lucha y reivindicación que la aburre. Lo suyo es cantar en una coral, con gente de más posibles, canciones populares catalanas en esmerados arreglos vocales.
Sin embargo, los hechos van cambiando la perspectiva de la muchacha, que acaba implicándose en la gesta de su padre y cierra la película haciendo literalmente suya, emocionada y rabiosa, la canción de Chicho.
Ojalá el público haga también igualmente suya la lucha que la película recuerda y reivindica, y que, como el cineclub mismo, puede haber pasado de moda en algún momento, pero nunca ha sido más necesaria que ahora.
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