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De terapia con PasiónOpinión
De terapia con PasiónFernando Alfonso Velasco, moralo preocupado
Lunes, 29 de enero 2024, 17:26
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Viernes, 26 de enero, 2024. Había llegado el gran día, el que estabas esperando desde que supiste que ella venía a tu pueblo. El lunes anterior anduviste raudo y, siguiendo la sugerencia de Mario, te dejaste caer por la casa de la cultura mucho antes de las nueve, hora oficial a la que se pondrían a la venta las entradas para el acústico tanto tiempo esperado. Y aunque estabas allí antes de las ocho y media, ya había gente -madurita- esperando la vez.
Me puse los auriculares que me habían traído los Reyes, y para comenzar a ambientarme, busque en mis archivos sonoros los primeros trabajos de la solista. Y por esas cosas que a veces pasan y uno no encuentra explicación, el modo aleatorio de mi móvil tuvo a bien comenzar el repaso discográfico con una de mis canciones favoritas de la artista malagueña, la 'Canción del pirata', esa que dice «Yo era el pirata que se escondía en los cañones del mediodía, y buscaba en tu ventana la bandera que le faltaba a la fragata de mi vida». La primera vez que escuché esta canción me cautivó, y desde entonces, forma parte indeleble de mi playlist habitual.
Cuando llegó mi turno de adquirir las entradas, no daba crédito a lo que mis ojos veían: cuatro asientos en la primera fila estaban ahí, esperando a que los cogiera sin dudar un solo instante. Era una de mis voluntades íntimas: tener lo más cerca posible a una artista a la que considero única. Y como los momentos que tú crees que sólo pasan una vez en la vida hay que compartirlos, me hice con cuatro entradas, pensando en una pareja de amigos a los que invitamos a que se unieran a la experiencia.
La semana pasó volando, y el viernes estaba ya aquí. Y aprovechando la bondad de la jornada, la misma tarde del evento, salimos a dar un paseo por la ruta del colesterol. Y bordeando el parque municipal, por la zona de los juegos infantiles, vimos, en el suelo, nuevas pinturas color naranja fosforito. En ese momento comprendí qué estaban haciendo ese par de hombres con chalecos verde fosforito con los que me había cruzado, esa misma mañana, camino del rincón del goloso.
Nuevos pintarrajos
Hice las fotos pertinentes a modo de corresponsal de guerra de los nuevos pintarrajos y se las mandé a mi 'jefe', como llamo con toda la sorna del mundo al incombustible Chema, cara visible del movimiento pacífico ciudadano No al Muro. Su respuesta me inquietó sobremanera. «Van al ataque». No, al ataque, no, van «a tumba abierta, la que están cavando para nuestro pueblo», le respondí.
Y es que, quizás, los que vivís alejados de esta zona, no sois conscientes de la velocidad supersónica que esta barbaridad ha cogido en las últimas semanas, pero los que vivimos aquí, al lado del despropósito, hemos venido comprobando, a diario, incluidos los sábados, cómo los curritos del comando Adif Terminator trabajan a to' meter.
Se nos hiela la sangre cuando vemos, a día de hoy, que están iniciando el rebaje del terreno para hacer el primer túnel, ese que partiría de los que fueron los lavaderos de Moya, y que significaría la destrucción de la plazoleta de la cigüeña negra, que tanto nos costó conseguir, y, siguiendo esas nuevas marcas en el suelo, la mutilación de la zona de juegos del parque municipal.
Durante el paseo no pude quitarme de la cabeza esas marcas diabólicas que avanzan sin que nadie sepa dar una solución a esta barbarie. Pero no quería, por otro lado, que nada ni nadie nos estropeara el planazo del inicio del finde. Así que, una vez acicalaos y vestidos para la ocasión, quedamos con nuestros amigos en el Manzano pa' jincarnos unas raciones, para no ir en canal a la actuación que empezaba a las nueve de la noche.
El teatro estaba a timbote. El patio de butacas estaba petao de 'boomers', que así nos apodan ahora a los que nacimos allá por la gloriosa década sesentera. Tomamos asiento en primera línea de playa, pegando a un escenario sobrio, iluminado con luces suaves, ocupado por un piano a la izquierda, un pie de micro en el centro y un asiento con atril para partitura a la derecha. Poco después de la hora prevista, las luces se atenuaron y salieron a escena los músicos acompañantes: un varón pianista, de mediana edad, y una mujer cellista, bastante más joven, ambos vestidos en tonos grises y negros.
Y a continuación salió ella, con un amplio vestido blanco, rodeada de un aura celestial, esbozando una sonrisa natural e hipnótica, que iluminaba todo el recinto, y que no la abandonó en toda la actuación. Desde el primer compás nos cautivó con una voz que te acaricia, que te acurruca, que te mece, que te emociona porque ella no canta, ella interpreta cada tema con una intensidad, pero también con una delicadeza, que te atraviesa el alma. Cada tema acabó con la entrega total de una audiencia rendida a una diva humilde, pero diva, una mujer con una sensibilidad tal que la llevó a llorar al final de tres canciones, tres, porque se entrega en cuerpo y alma en cada tema.
Todo lo que nos regaló Pasión Vega fue la mejor medicina, el mejor de los bálsamos, para, durante dos horas, olvidar todos de los males que nos rodean hoy en día, e interpretando a Carlos Cano, a Serrat, a Rocío Dúrcal, a otra señora de la escena, María Dolores Pradera, a Federico García Lorca, y temas propios de su amplia discografía, que abarca sus 30 años de carrera, engatusó a toda la entregada audiencia que tuvimos el privilegio de sentir, una vez más, que la música, la buena, es el mejor de los antídotos para mitigar esa melancolía que por mor de la vida misma te puede invadir pasajeramente.
Pasión Vega salió del Teatro del Mercado por la puerta grande, llenita de piropos, vítores y con el corazón repleto del cariño incondicional que la regalamos, con la promesa de que, en su próxima actuación, se traerá preparada mi canción favorita. Su presencia fue el oasis que todos buscamos cuando lo que nos rodea es la desbocada desertización de un pueblo que agoniza sin que nadie lo remedie.
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