Ana valentina Ayala, aficionada a la lectura y los viajes
Miércoles, 22 de abril 2020
En estos días de confinamiento me estoy acordando a menudo de José Saramago y de mi viaje a Japón. ¿Qué tienen en común el escritor portugués y la isla nipona? Que ambos me mostraron cosas que en su día me parecieron increíbles, pero que están sucediendo en España en la actualidad.
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Si no han leído 'Ensayo sobre la ceguera', se lo recomiendo. Ahora ya no vale la excusa de que no leemos por falta de tiempo. Esta obra que Saramago publicó en 1995 trata de una epidemia que pone patas arriba a la sociedad. Al buscar el título en Internet, me ha resultado gracioso ver que califican la trama como una «distopía», es decir, una representación ficticia de una sociedad futura.
En el libro, la ceguera se extiende entre los humanos como una plaga. Los primeros contagiados son recluidos en cuarentena y se les trata como a apestados. Pero poco a poco, todo el mundo va cayendo en esta enfermedad, pues es muy fácil contagiarse. Saramago describe la mejor y la peor cara de la sociedad, desde actos de solidaridad hasta saqueos a los supermercados. ¿Les suena de algo la historia? Una vez más, la realidad supera a la ficción.
Lo de Japón dos años después
Hablemos ahora de Japón. Cuando viajo me gusta observar otras costumbres, otras formas de ser o de comportarse como sociedad. En Tokio me llamó la atención lo limpios que son los japoneses. Al entrar en un restaurante o en una vivienda es necesario dejar los zapatos en la puerta para no contaminar el suelo con el calzado que ha pisado la calle. Además, te ofrecen unas toallitas húmedas para limpiarte las manos antes de comer.
Conductores de autobús, guías de museos, policías… todos aquellos que trabajan en lugares concurridos usan la mascarilla como una prenda más. Cuando el metro llega al andén, los pasajeros no se arremolinan para ser los primeros en subir, sino que forman una rigurosa fila y entran de uno en uno. Quién me iba a decir que un par de años después de mi viaje, los españoles comenzaríamos a usar mascarilla y a guardar un metro de distancia entre nosotros.
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En ocasiones siento que estamos viviendo una situación surrealista. ¿Cómo ha podido cambiar tanto nuestra cotidianeidad de la noche a la mañana? Aplaudir a las ocho de la tarde ya nos parece lo más normal del mundo, así como leer cada día cuántos nuevos «infectados» hay en la región. Y esta palabra la escribo así, entre comillas, porque me parece horrible. ¿No sería mejor decir afectados en lugar de infectados?
En 2020 estamos experimentando lo que tantas veces habíamos visto en novelas agoreras y películas de ficción. Siento curiosidad por saber cómo se contará este capítulo de la historia en los libros del futuro.
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