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Solar donde se encontraba el bar Rosma MAM

Opinión

El Rosma, en el recuerdo

Entre la polvaera del trasiego de las maquinas vi que estaban acabando con una parte de nuestros recuerdos; con un trozo de nuestra historia reciente; con un referente en Navalmoral

Carlos Marcos, escribidor a ratos

Lunes, 16 de octubre 2023, 12:24

He tenido la suerte... que digo suerte, ¡privilegio!, de nacer y vivir en la zona este de Navalmoral, en la Serrailla-Minas; distrito apache, apartao, olvidao y dejao de la mano de Dios por aquellos años 60-70.

Y desde que era un cananeo, como no quedaba más remedio, pa' internarnos en la 'civilización', pues había que ir pa'bajo, pal pueblo.

Tocaba pasar por las 'casas baratas', por el comercio del Tio Biruta, por el taller del Berruga, por el taller de Cleto, yendo pa'la Cruz del Rollo, pa'la Gota... y a un pasino, según cruzabas el puente del arroyo Casas, otro mundo, otra historia, otras sensaciones. El pa'yá y pa'cá, el ajetreo, el estrés, el trasiego, la mundanal actividad rutinaria...

Y pasao el puente: la pastelería de la Palmira, el transportes Extremadura de Pablo, el Merle de Ángel, la carpintería de Vitorino y Pepe, la sastrería de los Moreno, el Moralo de Antonio, el Rosma... el Rosma.

El Rosma, ese lugar de encuentro, ese lugar de debates futboleros, de reunión vecinal, de cita, de amistad.

El Rosma eran sus tortillas, sus raciones y sus mollejas; eran sus reuniones, eran sus convivencias, eran sus relaciones... era su fraternidad.

El Rosma era tradición, era buen ambiente, era hábito de visita, era costumbre de ir sí o sí, era referencia morala.

El Rosma eran Daniel y Fernando, eran Antonia y Angelines (algunos años menos Emilio).

Desde mu' chiquinino anduve acompañando, cuando se terciaba (y me dejaban), a mi padre y a mi tío: Luis el bizcochero y Ángel Coruja. Inseparables, incombustibles, irremplazables. Y por aquello de que así era antes la rutina casi diaria morala, una de las paradas obligatorias era en el Rosma.

Si había alguna perrina en el bolsillo que no perturbara o trastocara la economía de mis dos tutores, y que eso redundara en la reducción de echar algún chatino más, pues hasta me dejaban comerme un pinchino de tortilla con un butano de limón, ¡de la Exquisita o de Casas, claro!, o echábamos unos boletos a ver si pillábamos el de 50 pesetas que nos alegrara la tarde. Y si no, pues seguro que andaba por allí algún conocido que le dijera a Daniel: «ponle unos arcagüeses al niño, quesesta queando transio».

Ayer bajé a dar una vuelta por la 'civilización' (como en tiempos pretéritos, porque sigo viviendo en las Minas, aunque ya no es un barrio marginal, ahora es un barrio muy deseado), y entre la polvaera del trasiego de las maquinas vi que estaban acabando con una parte de nuestros recuerdos; con un trozo de nuestra historia reciente; con un referente en Navalmoral: con el Rosma.

Nada que reprochar, es el progreso, son los intereses de sus propietarios... es la vida.

Pero ahora que ves como un rinconcino de tu memoria es derruido, se pierde, desaparece, te plantas enfrente, en lo que fue la imprenta Mohedano, y se te humedecen los ojos, y te invade la melancolía, la añoranza de tiempos pretéritos, donde todo era más simple, más sencillo, más humano, más familiar, más solidario, más moralo… más nuestro.

Y no puedes por menos que pensar: «hay que joderse, que deprisa va la vida, que de cosas se están quedando solo en el recuerdo y que viejos nos estamos haciendo».

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