

Guille Redondo Camacho, confinado en Salamanca, sin compañía, en un piso alquilado
Lunes, 27 de abril 2020, 22:21
Era un día cualquiera, lleno de ilusión por una reciente oportunidad laboral, un nuevo puesto de trabajo al que acudía por cuarto día consecutivo, finalizando mi periplo de búsqueda de empleo tras varios arduos meses. Mis primeros tres días se vieron envueltos de noticias y rumores sobre el llamado coronavirus, un virus surgido en China pero propagado raudo hacia nuestra tierra.
Las noticias eran difusas, sumado al hecho de que mis compañeros y yo acabábamos de inaugurar nuestra tienda en Salamanca, y llevábamos días trabajando sin apenas descanso, ni tan siquiera un respiro para poder ver las noticias. Lo que no sabíamos de ese día es que sería el último.
La afluencia de gente por la calle se había incrementado considerablemente, incluso algún previsor entró en la tienda con mascarilla. Apenas transcurrían tres horas desde la apertura cuando recibimos la llamada: teníamos que cerrar la tienda «debido al coronavirus». Tres eran las personas que se encontraban en la tienda en ese momento. Las tres últimas clientas del día, y a saber durante cuánto tiempo. De un momento a otro, nuestro ilusionante proyecto se paró en seco.
En ese instante recordé otro hecho del día anterior. Acudí a la barbería y, casualmente, me enteré de que la Universidad planeaba suspender su actividad en los próximos días. Cada vez era más consciente de la seriedad de la situación. Al volver a casa, mis dos compañeros de piso –universitarios- me comunican que con la Universidad cerrada, se marchan a sus pueblos para estar con sus familias. Por tanto, también repentinamente, me encuentro solo, empezando una cuarentena totalmente aislado ante una pandemia mundial.
Esa primera noche marcó el porvenir del resto de los días. Te levantas, desayunas, intentas repetir la rutina que tantas veces has realizado antes de estudiar o trabajar, y de repente te preguntas: ¿y ahora qué? La monotonía devora tu rutina, donde tareas automatizadas como quedar con tus amigos o salir a correr quedan aplazadas sine die. En esos momentos en lo que más piensas es en la familia, en lo lejos que está, y sobre todo en los dos meses que llevas sin verlos, con la única suerte de poder hablar con ellos por teléfono. Eres consciente de todas las personas a las que echas de menos y con las que compartías tu día a día sin realmente apreciarlo.
Con el paso de los días, tu horario vital también se ve afectado. La ausencia de responsabilidad y de tareas te impide gestionarlo adecuadamente, retrasando el momento de acostarse hasta altas horas de la madrugada y levantándote a mediodía. Te das cuenta de que es un error, intentas modificar ese horario, lo consigues, pero te viene la gran pregunta: ¿para qué? Al fin y al cabo, sólo te interesa que el tiempo pase, y acabas recayendo.
El móvil, una extensión de tu brazo
Al haber finalizado los estudios tampoco dispones de clases online, como gran parte de mi entorno universitario, por lo que el mayor entretenimiento se basa en hacer videollamadas, enviar whatsapps, revisar las redes sociales…, convirtiendo el móvil en una extensión de tu propio brazo. Te das cuenta de que tu único contacto personal se basa en tus vecinos aplaudiendo a las 8 y en los cajeros del supermercado.
En mi caso, y por mis circunstancias particulares, no están siendo momentos fáciles, ni previsiblemente lo serán en un tiempo. Cada día se agolpan una multitud de sensaciones y sentimientos reprimidos e inevitables con un virus como culpable, que nos encierra y nos acorrala en el miedo. Y a pesar de todo, lo más importante es que este virus no se afronta desde el miedo, sino desde el respeto, y no debemos permitirle que pueda con nosotros.
Y en ese nosotros, me gustaría incluir al personal sanitario y no sanitario de los hospitales, centros de salud y residencias, cuerpos de seguridad del Estado, Cruz Roja, limpiadores, transportistas, trabajadores de supermercados y a todos aquellos que están ofreciendo su ayuda y tiempo a aquellos que lo necesitan en estos días. No nos cansaremos de trasladaros nuestro más sincero agradecimiento.
El tiempo nos dejará ver la situación con perspectiva, añadiendo una anécdota a nuestro repertorio y una nueva página dramática en la historia de la Humanidad. Ocurrió en 2020.
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