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Así terminó el pregonero para sorpresa de los asistentes MAM
Pepe Pascual cierra el pregón transformándose en sevillana con caracolillo y peineta

Carnaval 2025

Pepe Pascual cierra el pregón transformándose en sevillana con caracolillo y peineta

La caseta de la plaza de España se llena en el inicio oficial de la fiesta

José Demófilo Pascual, pregonero del Carnaval 2025

Sábado, 1 de marzo 2025, 00:30

Yo soy empático. Sí, lo confieso, soy empático. Aunque es una confusión frecuente, no debemos confundir la empatía con la simpatía. Son cosas distintas.

En mi casa, que somos de repartirnos los papeles -porque, aunque somos boomers, tenemos mucho de milenials y bastante de generación X (antes Twitter) o Y o Z -el caso es que, en el reparto, el papel de simpática le tocó … a Marián, … que sí Mamen, no te rías, puñetera. Y a mí, pues el de empático. Y os aseguro que me lo tomé a pecho. Y quizás demasiado.

Una confesión (rectángulo) he estado a punto de ir a las reuniones de 'Empáticos Anónimos' porque se me está yendo de las manos. Yo veo a un tío con escayola y cojeo. Antes de que uno abra la boca, ya estoy bostezando. Veo a un chino, con esos ojillos, y estornudo. En una Feria de Artesanía vi a un tío haciendo pucheros y me dio por llorar. El otro día, tomando una cerveza con mi amigo Rafa Alfonso, como había unos -partidos de risa- detrás de nosotros, yo, venga a reírme. Llega Jose Lechiguero y dice, ¿y este de qué se ríe? Le miro y le digo:

-     Es que soy empático.

-     Tú lo que eres es gilipollas.

Pues claro, esta empatía llevada a su máximo exponente -en un proceso de exo e intromimetismo- nos conduce a lo que comúnmente llamamos «meternos en el personaje». Y nos pasa desde niños. ¿No os acordáis cuando a Santiago, ya fuera en el Xanti, ya en el Cruz Blanca o en el cine de verano, le dio por poner películas de chinos sábado sí y sábado también?

Pues salíamos del cine dando patadas al aire, si no le caía alguna a alguno, claro; e intentando partir ladrillos con el canto de la mano, que era la que generalmente salía perdiendo. Si era Greese, salíamos andando como John Travolta y mirábamos a las chicas con un aire de superioridad que nos duraba lo que tardaban en ponernos en nuestro sitio con unas calabazas que ya quisieran los yanquis para ese Carnaval raro que hacen en Los Santos. Y es que era mirar las carteleras y empezaba la transformación.

Así empezó el pregonero, de persona seria y elegante MAM

El culmen del mimetismo, sin embargo, llegaba en Carnaval. Cuando nuestros padres nos disfrazaban y nos transformábamos completamente. Bueno, si no te disfrazaban como a mí, de arlequín, que con seis años no sabes si el papel es de hacer el tonto o quedarte quieto, pero que no servía para disparar ni a los indios ni a los vaqueros, estaba claro. En un baile infantil estábamos cruzando espadas los piratas, a navajazos y trabucazos los bandoleros, disparos los policías y los pistoleros, cuando llegó mi amigo Julito, hundido, disfrazado de cosaco.

Su madre, todo hay que decirlo, era más rara que un chino cerrado por descanso, pero ¿de cosaco? ¿Cómo te puedes meter en el personaje con un disfraz que no sabes de qué es ni qué se puede hacer con él? Bueno, en este caso, sin embargo, unos años más tarde, cuando empezamos a beber, nos podríamos haber metido todos en el personaje sin ningún problema.

Era esa época en la que a las madres también les gustaba vestirnos, además de insulsos animales de granja o el socorrido disfraz de payaso, con trajes regionales raros, que, además, producía un mimetismo inverso. A las mamás se les pegaba hasta el acento. «Mira mi niña qué guapa va de galleguiña», «Anda Pedrito, vaya chulapo guapo», «Ahí va el mañico», … asturianos, montehermoseñas, falleras, sevillanas, navarricos de San Fermín, catala … ¿algún catalán en la sala?. No es por nada, pero ¿Alguno ha visto en la historia del Carnaval a algún niño con barretina …? Ahí lo dejo. Pues eso, te ponían el disfraz y, sobre todo si eras niño -salvo que fueses Jose Ángel el del Encinar- ahí te las vieses. «Anda, Luisito, a disfrutar bailando muñeiras, que te lo vas a pasar 'teta'…»

Después, progresivamente, va llegando la independencia y, con ella, la responsabilidad de acertar en una elección que ahora es tuya o de tus amigos, pero tuya, al fin y al cabo. Y, quizás por este motivo, vas atravesando diferentes fases en eso del disfraz.

El completo

El primer paso es la sofisticación. Para transformarte necesitas lo que yo llamo «el completo», disfraz, maquillaje y hasta el último complemento. Y sales de cocinero, con el pantalón, la chaquetilla, el mandil, el gorro, el pañuelo al cuello, un bigote tipo chef de 'Ratatouille', una espumadera y una garrafa de aceite en una mano, la sartén en la otra, las cucharas de madera en el bolsillo de la chaquetilla y una docena de huevos bajo el brazo. Llega el momento de sacar dinero para pagar una ronda y le tienes que decir al que tienes al lado ¿me coges el dinero del bolsillo de la camisa?, sí, sí, … junto a los huevos.

Con el paso del tiempo, sin perder la perspectiva de que antes muerto que sencillo, te vas dando cuenta de que la comodidad es fundamental para afrontar la 'pellejá' de horas que te vas a meter dando 'patás' por las calles. Las calles, por si alguno no lo sabe, son esas cosas con casas a los lados que hay entre barra y barra. Es cuando, si ves que va a hacer frío, eliges el de esquimal o el de oso polar, si va a llover, como el hijo de Boni el año pasado, que se tiró todos los carnavales con el traje de agua completo, pescando en la peatonal. Que pasabas y le decías «¿Qué, pican?» y contestaba, «sí, contigo 47».

Y, de cara a esa comodidad, lo primero es decidir -aunque vayas de Adán o de Tarzán- dónde hacer un bolsillo para meter las cosas. En estos casos concretos, pues, … como en el disfraz de cocinero. Y es que hay que llevar el dinero, las llaves, yo recomiendo siempre el DNI; chicles -porque no te vas a lavar los dientes en horas-, los que fuman, el tabaco y el mechero, … y a mi edad no se me ocurre nada más que pueda necesitar una noche de fiesta. Claro, esto salvo que lleves un disfraz que precise mantenimiento regular, al menos mientras estás regular tú. Prepara cinta americana, adhesivo de doble cara, una grapadora, velcro autoadhesivo, lápiz de ojos y ceras para retoques, … vamos, que mejor ir del CECA y lo metes todo en la mochila.

Las pinturas y maquillajes merecen capítulo aparte, porque como te lo curres mucho, vas toda la noche besando como Carmen Lomana y con la pose de Isabel Preysler, pero con menos glamour. A nada que seas un poco cariñoso, lo gracioso de las pinturas -aparte de demostrar cómo una cara de payaso se puede transformar en un rato en «el grito» de Munch- es cuando vas pintado entero de pitufo y te encuentras a una diablilla de rojo intenso. Os perdéis de la pandilla y cuando os reencontráis el gracioso dice «si os habéis puesto moraos», y los dos pensáis «ya te digo». Esto, que conste, no es autobiográfico. … Entonces yo iba de cocinero.

Y al final, con el tiempo y la experiencia te das cuenta de qué fácil y cómodo puede ser transformarte sin que te reconozcan. Yo siempre me inspiraba en Superman. Bueno, empecé en Serproman creyendo que era un superhéroe, … Lo del traje de Clark Kent era puro atrezo, para marcar músculo, y los calzoncillos por fuera -como un rapero- o lo de la capa, supongo que para volar. Porque para que no le reconocieran, llegaba el tío, se quitaba las gafas y se hacía un caracolillo en el flequillo y no le conocía ni su novia. Tengo que advertiros, no obstante, que no siempre funciona. Llegó Marián un día a un sitio donde se suponía que yo no debía estar y, para salir, en un alarde de optimismo pensé «fuera gafas y no me conoce ni mi mujer». Dicho y hecho. Me quité las gafas y, disimulando, pasé a su lado.

-     ¿Pepe?

-     Ostras, ¿cómo me has reconocido?

-     ¿Pero tú eres tonto? entonces pensé, «claro, … el caracolillo»

Pero hay que decir que una cosa es la búsqueda de la comodidad y otra muy distinta es la desidia. Ese día que, a última hora, te metes en Don Dino y … lo primero que pillas. Coges el de verdugo, que además está de oferta, y es de esa tela que si te acercan un cigarro te disfrazas de 'El Hombre Antorcha' pero sin querer. Que tiene las calzas que no hay forma de cuadrar con los zapatos y las puñetas que te las tienes que grapar al brazo. Pero ¿de dónde sacas una cabeza suelta?, … bueno, sin ser Daniel Sancho, ¡claro! Y, de remate, Prado te dice que se han agotado las hachas de doble hoja ensangrentadas. Con lo cual, sales de casa y el primero con el que te encuentras ya te deja claro que la has cagado, «Ostras, Pulgarcito».

Y te pasas la noche convenciendo a todo el mundo de que eres un verdugo. «Pues a mí, me parece Pulgarcito». Al final, rendido, acabas asumiéndolo y aprovechas para irte al Espada, te compras un pan y te pasas el resto de la noche tirando miguitas, por si después tienes dificultad para encontrar el camino a casa.

Meterse en el personaje

De todas formas, con eso de meterse en el personaje, hay que tener cuidado. Sin ir más lejos, pensando en el pregón, no tenía claro cómo venir vestido y llegué a pensar en disfrazarme, pero no lo tenía claro. De pronto, vi la luz y dije: recordando viejos tiempos, voy de político y doy la nota, pero ya lo había hecho y no era cuestión de repetirme. Pues, vale, de los políticos actuales, pero de los locales, que, si tiro para arriba del todo, … lo mismo acabo en la cárcel.

Así es que, aunque iba a andar un poco estrecho en sus pantalones, digo, voy de Cristina, la de Unidas Podemos, pero entre manifestación y manifestación, no llegaba al pregón. Pues, hala, aunque no me favorecen los pantalones de tiro alto, de Jaime Vega, pero lo mismo no me entendíais. De Jorge, el de Vox, os ibais a dormir. Jorge es majo, pero es sosete, el «jodío». De Raquel Medina lo descarté directamente porque se me había acabado la tiza blanca y a ver cómo me pintaba el mechón.

Pues listo, del Alcalde, pero ya sabéis de mi natural empatía y esa facilidad para meterme en el personaje y si me disfrazara de Enrique, me iba a dar por llenar la peatonal de enreos y cachivaches y, si viese un hueco libre, me angustiaría. Que yo soy de angustiarme. Bueno, con deciros que este verano hemos sido mayordomos de Nuestra Patrona, la Virgen de las Angustias, … no digo más 'ná'.

Ya en serio, lo que siempre he soñado era con disfrazarme de gente corriente, de la que te encuentras por la calle. Llegué a disfrazarme hasta de mí mismo, … Hay un disfraz, sin embargo, que nunca podré ponerme -aunque sería un bonito homenaje, de paso, a la gente de Protección Civil o de Cruz Roja por esa labor muchas veces incomprendida, pero tan, tan importante- el de mi añorado Domingo 'el Portu', que nos dejó antes de tiempo, junto a un compañero, en acto de servicio.

Un día me lo encontré en Carnaval por la calle y le dije «cuando te jubiles, me tienes que guardar la ropa de Protección Civil para que me disfrace de ti. Lo que no sé es cómo me voy a pegar el cigarro al labio de abajo». Se me quedó mirando de reojo y, como pensando, me dijo «Tú, tú lo que'stás tonto, Pascual». Y se quedó tan 'oreao'.

Gente importante

Gente de la calle, pero gente importante, auténtica, exótica -como diría Vázquez- moralos de verdad, moralos de Cabeza del Buey o de Montehermoso. Si hubiese encontrado un disfraz de honestidad profesional, me hubiese disfrazado, por ejemplo, de Jesús Rubio, con cuñado Lorenzo incluido; si lo hubiera encontrado de capacidad de trabajo, con muchos destellos brillantes, lo hubiera hecho de Domingo Quijada; por don David hubiese sido capaz de disfrazarme hasta de Vinicius.

De haber tenido un traje de talento artístico me hubiera disfrazado de Juan Núñez o de los chicos del Tragaluz, de Clara Alvarado o de los Asaco. De los Wistimber -bueno, para este par de ellos necesitaba algo más que un traje- de La Bossa, de Febrero 16, de Puerta Oeste, de Los Ramoninos, de la Cuarentuna, del gran Raúl Gorrilla o de Paco Micro, aunque me tendrían que encoger la gorra … de tantos, … Si hubiera encontrado la máscara de la mala leche, pero con gracia, me hubiera disfrazado de Felipín del Castillo, de mi hermano Antonio Jara o de cualquiera de esos canallas de las murgas, que nunca me quisieron dedicar una. Y mira que di motivos, …

¡Pues nada! Y aunque yo soy un nostálgico y ferviente admirador del Carnaval antiguo, si hubiera tenido el traje de la afición, la implicación, el esfuerzo y la pasión por el Carnaval, además de haberme disfrazado, habría marchado junto a todos y cada uno de los que participan en los distintos desfiles y en la Agrupación de Peñas.

Dejo para el final dos disfraces especiales a los que me temo que nunca podré aspirar, porque no son de mi talla. Si me cupiese un corazón tan grande en mi pecho, me disfrazaría de mi amigo y compañero de mus, Luis Esperanza. Y, si algún día dejara de hacer el indio, me convirtiera en un tío cariñoso, serio, formal y responsable. Si algún día encontrase ese disfraz de hombre bueno, de hombre con mayúsculas, escrito en letras de oro o en luces de neón, sin lugar a dudas me disfrazaría de mi padre.

El padre y la madre del pregonero en la caseta municipal MAM

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