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El paseo del jabalí y las cabras montesas
Crisis del coronavirus

El paseo del jabalí y las cabras montesas

«Los animales se acercan a nuestras calles aprovechando el silencio al no estar nosotros en ellas, la calma por la ausencia de tráfico viario y el aire más limpio...»

Noemí García Jiménez

Domingo, 12 de abril 2020, 10:41

En la última semana ha habido tres noticias que a más de uno le pueden haber hecho sonreír. También dan que pensar.

En la tercera, había una imagen, sin apenas texto -tampoco era necesario- de una pata, seguida de sus seis patitos, caminando tranquilamente por una calle asfaltada en un pueblo manchego. La línea de los patos por medio de la calle contrastaba con los coches aparcados a ambos lados y las casas adosadas. Resultaba una imagen muy tierna.

La segunda tenía por protagonistas a un rebaño de cabras montesas tomando el sol en un solar, junto a unas casas. En ese pueblo, Chinchilla de Montearagón, muy próximo a Albacete, no suele ser raro verlas, pero por los caminos situados más arriba del castillo, en su cota más alta. El pueblo está enclavado en un pequeño valle, ocupando dos laderas enfrentadas, aunque solo hay viviendas en una de ellas.

Lo extraño para los vecinos no fue verlas, sino que estuvieran tan abajo, tan tranquilas entre las casas del pueblo. Con las calles y plazas desiertas, sin coches ni tractores, y sin viandantes, no debieron dudar en aventurarse por nuevos caminos. Aquel solar, calle abajo, con el sol primaveral, les debió parecer un lujo.

La imagen no es buena, pero se puede apreciar al jabalí paseando HOY

La primera noticia, del seis de abril, hablaba de un jabalí de paseo por la zona del cigarral de Caravantes, en Toledo. Sin la presión turística ni los toledanos dando su tradicional vuelta al valle, para mantener a raya al colesterol, y con el servicio de restauración del cigarral cerrado, esa zona, como toda la ciudad está desierta.

Poniéndome en su pellejo peludo, imagino que aquella mañana se despertaría con apetito e iría a buscar su desayuno.

En algún momento pensaría algo así como: «¡qué tranquilo está esto últimamente! No pasan máquinas de esas con cuatro ruedas (por allí suele haber bastante tráfico de coches y autobuses), ni de dos (también hay bastantes motocicletas), no hay humanos… ¡Uy, un camino!, por este no he pasado nunca, ¡voy a ver! Quizá encuentre una encina plagada de sabrosas bellotas, aunque las de ahí detrás no estaban mal».

«¡Anda, que encina más bella hay allí abajo! Solo que está junto al camino de asfalto, y siempre me han dicho que no me acerque a él, aunque hoy… con esta tranquilidad… Total, no va a pasar nada, no hay nadie por él. Puedo ir a asomarme y si eso, me vuelvo».

Tomaría el camino y, en estado vigilante, bajaría por él, realizando alguna parada a comer. «Pues no, no hay nada ni nadie por aquí», se diría con la boca llena. Además, cuenta con la tranquilidad de que en cualquier momento sus poderosos colmillos lo sacarían de un encuentro inesperado.

Y, así, camino abajo, unos pasos más allá, entre encina y encina, y con la panza ya medio llena, al doblar una esquina llega a una hilera de casas.

«¿Y si me asomo? Ummm, casas a un lado, casas a otro, y ni un humano».

Y como los patitos, recorría la calle asfaltada por su zona media.

«Así da gusto pasear y con este buen tiempo, y este sol tan suave que no pica, no como el de julio que resulta abrasador». Algunas caras, con curiosidad, se asoman a las ventanas para verlo pasar.

De repente escucha un silbato: piiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

«¿Qué suena?, ¿es a mí?» Dos agentes del orden, de la Policía Local de Toledo, le echan el freno con el brazo en alto.

«Sí, sí, parece que es a mí. Creo que me están diciendo que me acerque».

«No puede transitar libremente por la calle por el estado de alarma», le dice uno de ellos.

«¿Estado de qué?», ¿será por eso que no hay nadie por la zona? Vaya cara de enfado tiene el agente.

«No se sulfure, no pasa nada, agente. Me vuelvo por donde vine».

Y el jabalí tranquilamente se da la vuelta, regresa al camino por el que se aventuró a bajar, y desaparece entre las encinas y los matorrales.

Al final, los animales, tanto los de estas historias como muchos otros, también andan desconcertados. No sería de extrañar que en los próximos días más animales silvestres se acercaran a nuestras calles, aprovechando el silencio al no estar nosotros en ellas, la calma por la ausencia de tráfico viario y el aire más limpio debido a la notable reducción de la contaminación.

Arrocampo y Monfragüe

La reserva de Arrocampo y el propio parque de Monfragüe no están lejos de Navalmoral. Quién sabe si algún día no tendremos un animal disfrutando de un paseo por la peatonal, antes de que acabe el confinamiento, y a los agentes de la Policía Local o de la Guardia Civil, convenciéndole de que no está permitido.

Puestos a pedir, un águila posada en el monumento a los Juegos Olímpicos, en el Jardincillo, estaría estupendo.

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