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Guillermo Fernández Vara en una videoconferencia HOY
«Nunca he estado tan roto por dentro en mi vida como ahora»
Reflexiones sobre la crisis del coronavirus

«Nunca he estado tan roto por dentro en mi vida como ahora»

«En este periodo han cambiado nuestras prioridades. Lo que hace tres meses era urgente, ahora puede ser necesario, pero ha perdido la urgencia. Ahora valoro mucho más esos pequeños gestos a los que antes no daba importancia...»

Guillermo fernández vara, presidente de la junta de extremadura

Lunes, 4 de mayo 2020, 21:28

Hola a todos y a todas. Me propone Miguel Ángel, que comparta una serie de reflexiones en estos momentos tan complejos y extraordinarios que estamos vivenciando.

La vida es un camino en el que día a día te enfrentas a diferentes situaciones, y cómo te encuentres al final de cada día va a depender, en gran medida, de cual sea la actitud con la que las afrontas.

La situación que ahora vivimos nos está planteando un reto inimaginable hace tan solo unos meses. Personalmente, nunca pensé que tendría que afrontar circunstancias tan complicadas como las actuales. Nunca he estado tan roto por dentro en mi vida como ahora, porque Extremadura es pequeña y casi podemos decir que nos conocemos todos. Les podemos poner nombre a muchos de esos trabajadores de residencias y del sistema de salud que nos cuidan, pero también a muchos de esos mayores que, tristemente, han fallecido en nuestros pueblos y ciudades.

Quiero destacar la inmensa tarea que los sanitarios han desarrollado a lo largo de las últimas semanas, algo que recordaré ya para toda la vida. Y también la de todos aquellos que han hecho, a lo largo de este tiempo, que nos podamos sentir muy orgullosos de todos los trabajadores y trabajadoras. Nunca pensé que un reponedor o una reponedora de un supermercado o el conductor o conductora de un camión iban a ser una de las personas más relevantes en nuestro día a día o que aquellas personas que están desinfectando las calles de nuestros pueblos podían ser tan importantes en nuestra vida.

El confinamiento nos ha hecho reenfocar nuestra mirada, dándonos cuenta de las cosas que realmente importan, sobre todo cuando las echas en falta.

Del mismo modo siento un gran respeto en estos momentos por la comunidad educativa, por esos maestros y profesores que están haciendo posible la continuidad de la formación de sus alumnos y alumnas, a pesar de los obstáculos que se van encontrando. Mi especial reconocimiento a los niños y niñas, quizás quienes más necesitan salir a la calle y jugar con sus amigos y amigas, quemar esa energía que solo ellos tienen, pero que se han mantenido en casa, en muchos casos sin entender del todo porqué. Han crecido en experiencia, han pasado semanas, pero son meses en términos de madurez, responsabilizándose de sus estudios y haciendo sus tareas, sin necesidad de que su profesor se lo recuerde.

Soy consciente de que no todos tienen los mismos medios a su alcance, que no todas las casas son iguales y que no cuentan con las mismas herramientas y comodidades para sobrellevar esta situación. Este periodo de confinamiento nos obliga más que nunca a dirigir nuestra mirada hacia dentro, al interior de las viviendas, de nuestras casas. Es una experiencia que va a cambiar nuestra forma de entender el urbanismo y los espacios en las viviendas, así como sus condiciones. Tenemos que buscar un modelo de vivienda que se ajuste mejor a nuevas necesidades.

En este periodo han cambiado nuestras prioridades. Lo que hace tres meses era urgente, ahora puede ser necesario, pero ha perdido la urgencia. Ahora valoro mucho más esos pequeños gestos a los que antes no daba importancia, como estrechar la mano al amigo al que encuentras por la calle, abrazar a mi mujer y a mis hijos o sencillamente pasear por mi pueblo.

Abuelo reciente

Y mientras todo parecía quieto, nuestra vida cambiaba, la pública y la privada. Mi vida familiar ha cambiado. De la indescriptible alegría e ilusión que sentí cuando mi hija me contó hace meses que iba a ser abuelo, a las incertidumbres y dudas surgidas desde mediados de marzo porque fuera a llegar en este momento y a los miedos sobre lo que el futuro deparará a las generaciones más jóvenes. Mi nieta ha llegado, hace ya casi tres semanas, y aún no he podido abrazarla y achucharla, y esto es, ahora mismo, uno de mis mayores anhelos, poder estar con mi nieta, todos juntos, toda la familia.

Las sensaciones son contradictorias, pues pensar en una nueva vida me lleva automáticamente a recordar a quienes se han quedado en el camino. No sé muy bien cómo llenar la sensación de vacío que siento por aquellos de los que no he podido despedirme, el vacío que deja ese abrazo que no he podido darles. Toca tirar de teléfono, pero no es lo mismo. Nunca una voz, aunque nos acerque, sustituirá a un abrazo.

Esta crisis sanitaria tiene importantes consecuencias sanitarias y económicas, pero las más duras a largo plazo serán las consecuencias sociales. He aprendido el valor del tiempo. No le quitemos tiempo a nuestra familia, a nuestros seres queridos, a nuestros amigos, porque ese tiempo no vuelve, y es suyo, les pertenece. Y nos enriquece a todos.

Ahora, a pesar de la distancia física que nos impone el confinamiento, me siento muy unido a mi familia, a mis vecinos, a mis colegas de trabajo ya mis compañeros y amigos. Cómo se agradece esa llamada de teléfono a la caída de la tarde para decir: «Ánimo, que aquí estoy».

Llegará el día en que esto haya pasado y nos habrá hecho recapacitar, cambiar muchas cosas. Entre ellas que seamos capaces de ser, como sociedad, más flexibles, adaptables. No pensemos solo en el mañana, tenemos que pensar también en el pasado mañana y en el siguiente. He trabajado por mis padres y por mis hijos, y ahora trabajaré también por mis nietos.

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