Nubes de esperanza y verdes campos

En los días que llevamos de confinamiento, hay dos elementos visibles desde el ventanal del salón que me han liberado de tal sensación.

La primera son los verdes campos que diviso al fondo, a los pies de la pequeña elevación montañosa. El cerro, al tener una altura algo mayor que la de los edificios de la ciudad, sobresale por encima de los tejados y es visible. Imagino un paseo por ellos entre jaramugos y dientes de león, alguna margarita y alguna malva, con el sol y la brisa, algo fresca al venir de la serranía, dándome en la cara. A simple vista, no se divisan árboles. Esta no es zona de almendros, sino de pinos, aunque en esta zona no hay. Además, de haber almendros ya no estarían en flor, pues los cerezos rojos de los jardines habían perdido casi todas sus flores uno o dos días antes de decretarse el estado de alarma.

En ocasiones, se ve pasar un tren, supongo que será de mercancías y que procederá de Valencia y es de imaginar que, entre otras cosas, llevará alimentos. Al verlo alejarse, pienso en su libertad para moverse. También rememoro otros tiempos en los que un viaje en tren era símbolo de una escapada de fin de semana, de regresar a Navalmoral un puente, de volver a visitar una ciudad monumental o no, o de ir a una, ciudad o pueblo, en el que nunca se ha estado.

En cuanto a los verdes pastos, la mañana del viernes 27 una nube caprichosa bajó de la sierra y descargó nieve sobre ellos. En la ciudad no cuajó, pero ellos, durante unas horas, hasta el rato de la siesta, quedaron cubiertos de un níveo manto. Habría sido agradable pisar la brillante nieve y escuchar el chasquido de sus cristales bajo las botas, pero habrá que dejarlo para mejor ocasión.

Hubo un momento que los vecinos se agolparon en las ventanas y entre los comentarios sobre la nevada: hace cinco minutos caía más, va a seguir nevando, mira el color de aquellas nubes… se podía escuchar frases del tipo a: ¿qué tal estáis?, ¿necesitáis algo?, ¿estáis bien?... Esa muestra desinteresada de preocupación por los demás y los copos cayendo le dieron al momento un toque mágico. Quizá el confinamiento nos esté volviendo más humanos.

Ese viernes, después de tres horas de ver caer copos, salió el sol y adiós nieve, pero, tampoco lo lamenté, pues al mirar los campos, tuve la impresión de que lucían un verde más intenso. Es cierto que confiaba en volver a verlos nevados tres días después, por las previsiones de la AEMET, pero, a pesar de la brusca bajada de temperaturas, no pudo ser.

Estamos teniendo un tiempo bastante cambiante esta primavera y junto a la sucesión de nubes y sol varias veces en un mismo día, amaneceres frescos y tardes cálidas, está la presencia de nubes. Ellas son la segunda cosa que diviso desde las ventanas.

En días que el cielo no está muy cerrado, se puede fantasear con sus formas y asignarles el nombre de un objeto, un animal e incluso de un personaje. Redondeadas, alargadas, cilíndricas, algodonosas, tipo cola de caballo, con forma de borregos …, más o menos altas, blancas o grises… están especialmente bellas al atardecer, cuando el sol las ilumina de refilón y adoptan colores anaranjados o rosados. Como el tren de mercancías, ellas pueden viajar lejos sin que las echen el alto. Ahora están aquí y en un rato habrán cruzado la comunidad.

Si ellas nos dejan, el martes 7 podremos ver la superluna rosa, conocida con ese nombre al ser en esta época cuando brotan las flores flox, Phloxsp., una herbácea americana de tonos rosas.

Viendo moverse el tren y las nubes, mejor será pensar que ya va quedando menos para viajar y para pasear por los verdes campos. Todo pasa y el confinamiento algún día acabará.