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Trabajos de investigación en 1933
La memoria de un hito científico de primer orden: el Instituto Antipalúdico

La memoria de un hito científico de primer orden: el Instituto Antipalúdico

Las generaciones más jóvenes desconocen que Navalmoral fue clave en la investigación para erradicar el paludismo en el mundo

jUAN CARLOS MORENO

Viernes, 14 de abril 2017, 08:51

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Es cierto que Navalmoral no destaca por tener un patrimonio arquitectónico de especial relevancia. Sin embargo, algunos de estos edificios sí cuentan con un valor histórico y cultural nada desdeñable, teniendo una significación muy especial para los moralos y vecinos de la comarca, que, en algunos casos, trasciende nuestro entorno para alcanzar una dimensión nacional e incluso internacional.

La Biblioteca y las Escuelas Concha, la Casa de Comillas o los ya desaparecidos edificios de La Gota y teatro Amarnie, entre otros, son buenos ejemplos en una enumeración que no pretende ser rigurosa. Por fortuna, gracias al esfuerzo y dedicación de nuestros historiadores y colectivos culturales locales, todo ese bagaje histórico-cultural viene siendo recuperado desde hace varias décadas, en acciones tan destacadas como las que desarrollan la Fundación Concha o los Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo, con una trayectoria que va camino de cumplir su primer cuarto de siglo.

Otro de estos edificios emblemáticos es el actual Palacio de Justicia; aunque no por su necesaria y loable función actual, sino por lo que representó anteriormente y durante décadas para las gentes de Navalmoral y comarca mientras albergó el Instituto Nacional Antipalúdico.

Este centro fue un referente que sigue en la memoria de no pocos habitantes del valle del Tiétar, cuya labor captó la atención e interés de la comunidad científica nacional e internacional. Todo un valor histórico y social intangible para moralos, arañuelos y veratos, que por distintas razones, desde su cierre a principios de los años 60 del pasado siglo permaneció como agazapado, inmerso en el ostracismo, quizás a causa del daño social y humano que había infligido la endemia palúdica en la comarca, tal vez a raíz de la incomprensible desaparición de prácticamente todo el legado científico, histórico y cultural acumulado durante todos aquellos años de lucha contra la enfermedad. Y es que los documentos del Instituto fueron expoliados o quemados cuando se cerró tras la certificación por parte de la Organización Mundial de la Salud de que el paludismo había quedado erradicado en España.

Aunque -como ya he apuntado- su valor arquitectónico no es de especial relevancia, este edificio llamó mi atención durante los primeros paseos para conocer el pueblo, cuando llegamos a Navamoral, allá por un ya lejano verano de 1989. Entre las casas bajas y blanquecinas de la calle Calvo Sotelo, me sorprendió su denominación como Palacio de Justicia, acostumbrado en contraste a los mastodónticos edificios judiciales de Barcelona.

Pronto me informé de que aquel edificio judicial tenía una historia bien interesante. Fue mandado construir a su muerte en 1886 por el que fuera Registrador de la Propiedad en Navalmoral hasta entonces, León Moyano Cobiella, para que sirviera de hospital o asilo de ancianos, legando sus bienes para tal fin, según explica el profesor de Geografía a Historia Domingo Quijada en el libro "Pueblos en blanco y negro... del Arañuelo. Vol.5 Navalmoral de la Mata" (División Editorial. PubliSher Navalmoral. 1997).

Cuando terminaron las obras en 1889 el edificio fue cedido al Ayuntamiento y se abrió como hospital, aunque las penurias económicas municipales no permitieron más que una utilización parcial del mismo: una sala con una cama, consulta de los médicos Emilio Arroyo Roda, Pablo Luengo Marcos y Julián Martín Lozano, que atendían a los enfermos de la Beneficencia, y poco más. Aunque se aprovechó también como colegio ante las escasez de aulas escolares. E incluso a principios del s. XX sirvió de alojamiento para la Guardia Civil que prestaba servicio en el ferrocarril.

Donado a Sanidad

Posteriormente, en 1925 fue donado por el Ayuntamiento a la Dirección General de Sanidad para albergar el Instituto Nacional Antipalúdico, momento a partir del que empezó a adquirir relevancia a nivel mundial. Sus funciones fueron diversas: dispensario, hospital, profilaxis antipalúdica, sección de estudios e investigaciones y enseñanza.

Mi interés por la historia de aquel edificio y lo que representó fue en aumento y fui conociendo más al respecto. Que el paludismo fue una enfermedad endémica y muy extendida por todo el valle del Tiétar; que por el Instituto pasaron los más destacados científicos e incluso premios Nobel de Medicina para estudiar la enfermedad; que desde allí un médico local llamado Álvaro Lozano Morales, junto a su equipo de colaboradores, protagonizó y dirigió por las dehesas arañuelas y la comarca de La Vera una lucha intensa contra el paludismo hasta conseguir su erradicación a primeros de los años 60; que toda la documentación del Instituto Antipalúdico fue expoliada o quemada,... en definitiva, una historia muy interesante, poco conocida y apenas divulgada.

A mediados de la década de los 90, Álvaro Lozano Olivares, un prestigioso microbiólogo hijo de aquel médico del antipalúdico, ocupó parte de su madurez en divulgar y dar a conocer la obra de su padre y la trascendencia de lo que había supuesto aquella lucha tenaz contra el paludismo. A través de unas celebradas participaciones como ponente en varias ediciones de los Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo, nos empezó a descubrir los entresijos de aquel hito científico.

Del contacto y amistad en aquellos años con el científico moralo surgió la idea de aglutinar todos sus esfuerzos y conocimientos en el libro "Vida y Obra del Dr. Álvaro Lozano Morales. La aportación de un extremeño en la lucha y erradicación del Paludismo" (División Editorial. PubliSher Navalmoral. 1998); una publicación que supone un completo documento histórico, científico y sentimental de lo que representó la apasionante historia de un grupo de médicos y científicos grandiosos que, desde su modestia y con enconados esfuerzos, fueron pioneros para poner fin a una endemia que había lacrado durante siglos a las poblaciones de la zona y, como consecuencia, abrieron las puertas a la salud y al desarrollo de nuestros pueblos.

Durante cerca de medio siglo la vida de muchas de aquellas personas quedó ligada a la historia del Instituto Nacional Antipalúdico de Navalmoral, popularmente conocido como El Hospital. Médicos y científicos de prestigio internacional como Gustavo Pittaluga, Sadí de Buen (su primer director), su hermano Eliseo, Felipe Jiménez de Asúa, o los locales Emilio Luengo, Urbano Casas, Rafael Rodríguez y el propio Álvaro Lozano Morales. También la de ayudantes y colaboradores como Enrique Álvarez Romero, Leocadio, Paquita Millanes, Paco Lirón o José Mateos Farruco, e incluso alumnos de los cursos allí celebrados como el también médico moralo Pedro Revuelta, entre otros.

El tiempo ha pasado y aquellos hechos quedaron atrás. Aquel hospital de antaño se yergue hoy día solemne en su cometido como Palacio de Justicia. Pero cuando cierra sus puertas para descansar de la actividad judicial, en su fuero interno recuerda con orgullo que sus paredes fueron protagonistas de uno de los episodios más importantes de la sanidad pública española de la primera mitad del siglo XX. Y eso no debería olvidarse.

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