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Álvaro Lozano en su etapa de concejal
En memoria de Álvaro Lozano Olivares

En memoria de Álvaro Lozano Olivares

En octubre hizo 18 años que vio la luz el libro de su autoría 'Vida y Obra del Dr. Álvaro Lozano Morales. La aportación de un extremeño en la lucha y erradicación del Paludismo', que dedicó a su padre

Juan Carlos Moreno

Domingo, 20 de noviembre 2016, 21:49

Hace mucho -unos cuantos años, diría- que este artículo permanecía en el cajón de las deudas. La razón es que duele. Mucho. Creo que nunca dejará de hacerlo. Y es que Álvaro Lozano Olivares, Álvaro, dejó una huella muy profunda en nuestras vidas; en la mía, en la de mi mujer Yolanda, y en la de muchas y más personas, amén de su familia, por supuesto.

En este artículo se me hace muy difícil hablar en primera persona, puesto que fueron muchas las horas y mucho lo compartido por los tres: Álvaro, Yolanda y yo mismo.

No le tratamos demasiados años. Le conocimos ya en su madurez, cuando volvió a tomar el pulso a su Navalmoral del alma, tras una exitosa y brillante carrera científica, que emuló a la de su siempre idolatrado padre, el doctor Álvaro Lozano Morales.

Precisamente, el pasado octubre hizo 18 años que vio luz pública el libro de su autoría Vida y Obra del Dr. Álvaro Lozano Morales. La aportación de un extremeño en la lucha y erradicación del Paludismo, editado por la División Editorial de Publisher, de la que éramos responsables por aquel entonces. Pretendía ser y fue un merecido homenaje a la memoria y a la contribución de su padre a la sociedad y a la ciencia. Un tema que dejo pendiente para dedicarle la atención que se merece en una próxima edición de Hoy Navalmoral.

Coincidimos en el camino de Álvaro Lozano Olivares por primera vez en 1993, cuando acudió a la llamada de Navalmoral de la Mata para erigirse en pregonero de los carnavales de ese año. Recuerdo que, desde aquella caseta instalada en el Paseo de la Estación, muy cerquita de casa, asistí a uno de los más celebrados pregones de cuantos he presenciado, con absoluto respeto y reconocimiento a todos los demás ilustrísimos pregoneros que ha tenido la gran fiesta morala.

El gracejo y el fino humor de Álvaro contrastaban con su personalidad profesional, en la que no había duda que era toda una eminencia, respetada y reconocida a nivel internacional por el mundo de la ciencia y la medicina. Me sorprendió. Pero enseguida pude comprobar que Álvaro era ante todo una persona sencilla, amiga de sus amigos, desinteresada, humilde y muy llana; al menos así lo fue en todo momento con nosotros, durante los años en que pudimos disfrutar y compartir su amistad.

Una relación que se tornó en indestructible tras los cerca de doce meses en que ocupamos cientos de horas diurnas y nocturnas, en el despacho de la calle Veteranos 5, en la División Editorial de Publisher, buceando codo con codo entre los documentos recuperados de su padre, fotografías, cartas, y mil papeles que le permitieron reconstruir la apasionante y trascendental lucha contra el paludismo que vivieron la zona del Campo Arañuelo y La Vera durante la primera mitad del siglo XX. Un trabajo que siempre llevaremos con orgullo y profunda estima.

Como he dicho al principio, este es un escrito que duele mucho. Porque Álvaro, la ausencia de Álvaro, duele en lo más interno del alma. Al margen de los hechos, de lo vivido en torno a su participación en el Carnaval, a la elaboración del libro, o a su paso por la política local como líder de la PINAV, para mí Álvaro fue y sigue siendo inteligencia pura, educación exquisita, entrega y amistad a prueba de todo.

Álvaro era rigor en lo trascendente y puro genio en la diversión. Era abrirnos a los secretos de Navalmoral, tomando cañas en Las Vegas, de tapas en Los Claveles o el Amancio, o dándole gusto al paladar con las orejas del Manzano y las berenjenas a la plancha del Mesón Extremadura, manjar que nos descubrió y que ahora suponen darle un pequeño homenaje cada vez que las deleitamos.

Álvaro entró en nuestras vidas y caló tan hondo en nuestros corazones que nunca saldrá de ellos. Recuerdo con cariño aquellos sábados por la mañana en que nos llamaba por teléfono para citarnos a las cañas en el Mesón, punto de partida de una jornada inolvidable, porque tenía el don de convertir cualquier momento en algo especial.

También los muchos esfuerzos para dar forma a su sueño de honrar la labor de su padre a través del libro antes citado, así como nuestras advertencias sobre los peligros en lo personal de su aventura al frente de la Plataforma Independiente por Navalmoral PINAV. Ni caso nos hizo, todo hay que decirlo, porque perseguía sus sueños con tesón.

La última despedida

Álvaro fue la última persona de la que nos despedimos cuando tuvimos que dejar Navalmoral. Fue cuando empezaban los sanmigueles de 2001. Me acuerdo como si fuese hoy de aquella noche de feria, en su modesto piso de la calle Eduardo Lozano, él recuperándose de su operación de próstata. Yolanda y yo apenas pudimos contener las lágrimas mientras le anunciábamos nuestro regreso a Barcelona. Fue la última vez que le vimos en vida. Después, Yolanda siempre recibió su llamada para felicitarle por su cumpleaños. Pero al poco, el cáncer le superó, dejándonos el 24 de julio de 2003.

Cuando recibimos la noticia, se nos encogió el corazón. No pudimos despedirnos de él ni acompañarlo en sus dificultades. Eso lo llevaremos siempre. Pero también albergaremos en nuestro corazón su recuerdo y sus enseñanzas, que a la postre no fueron pocas.

Con Álvaro compartimos risas, trabajo, esfuerzo, sueños e ilusiones, pero sobre todo una amistad que llevaremos siempre con nosotros y un desgarro insustituible en el corazón.

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