

Juan Carlos Moreno Romagueras
Lunes, 16 de mayo 2016, 20:51
Es miércoles de Ceniza, ya anochecido aquí a orillas del Mediterráneo. Arranco la redacción de estas líneas con el sabor agridulce de la añoranza, de aquel olor intenso a brasas y sardinas que se impregna en el cuerpo y los harapos de la comitiva plañidera que cierra el Carnaval moralo... Ay qué recuerdos de aquellas marabuntas carnavaleras que nos recorríamos de barrio en barrio despidiendo la gran fiesta morala.
Durante años, una de las paradas obligatorias e indispensables fue en el barrio de La Paz. Una agrupación de viviendas de protección social surgidas en los años 60 del pasado siglo en torno a las que se forjó una vecindad obrera, humilde y cargada de humanidad, que se integró activamente en la sociedad morala y que ahora está celebrando su 50 aniversario.
Con motivo de esa conmemoración, hace unos meses (el día de Nochevieja para ser exactos, a pocas horas del cambio de año) recibí una llamada de mi buen amigo José Manuel Blázquez para proponerme la realización de un artículo al respecto de mi relación con el barrio. Un gran reto que acepté encantado sin oponer resistencia alguna, todo hay que decirlo.
Una asociación implicada
Yo ya les conocí tarde, a finales de los 80 , pero su labor social y su implicación con el municipio estaban en su apogeo. Junto con mi mujer Yolanda (como miembro de la Comisión de Festejos ella mantenía asiduos contactos con los distintos barrios), fueron muchos los momentos y actividades que compartimos durante la década de los 90 con Pablo Morato y su mujer Tere, que empujaban por aquel entonces de la asociación de vecinos de La Paz. También con el resto de miembros de sus directivas vecinales: Lucio Blázquez Gómez, Constancio Gil Pina, Juan José Millanes Solís, José Criado Sánchez, Chon Alonso Díaz, Francisco Blázquez Jiménez, Laureano Pérez Andrés, José Rosado Rodríguez, Antonio Polo Iglesias, Dionisio García Pascual, Ricardo Pérez Moreno, Francisco Martín Yuste, Vidal Camacho... algunos de ellos lamentablemente ya no se encuentran entre nosotros.
No puedo decir que a todos ellos los recuerdo con la misma intensidad -pido disculpas por ello- aunque sí tengo muy presentes sus desvelos por mejorar aquel sencillo pero acogedor rincón de Navalmoral, mal llamado también barrio del Vietnam. Como cuando en 1987 aprovecharon la ayuda que les dio la Diputación Provincial (50.000 pesetas, 300 euros de los de hoy día) para su funcionamiento asociativo para, en su lugar, dedicar ese dinero a construir una fuente en la plaza de Cáceres para el disfrute colectivo de los vecinos. O como cuando en tiempos de pocos recursos municipales se encargaban los propios vecinos de bajar a regar los jardines del barrio, aunque para ello hubiesen de dedicar la tarde dominical.
El de La Paz fue uno de los primeros movimientos vecinales que conocí en Navalmoral y desde el principio me generó unas muy gratas sensaciones. A su trato afable y cordial, le unían un carácter luchador y comprometido con el desarrollo y progreso no sólo del barrio sino del conjunto de Navalmoral que siempre he considerado muy aleccionador.
Ha llovido ya un poco desde entonces y la memoria no es todo lo potente que uno quisiera, pero aún conservo aquel aroma de sencillez y honestidad de las gentes de aquel barrio moralo, que nos acogieron siempre con una enorme hospitalidad.
Para mí, además de sus entrañables gentes, el barrio de La Paz es compromiso, implicación, dedicación y solidaridad. Son fiestas, verbenas de verano (algunas pasadas por agua), el arranque de las dianas floreadas con el primer café del día; y los barreños de limonada que reparaban el cuerpo ya castigado por las largas jornadas carnavaleras... Y aquel minúsculo barecillo que existía en uno de los bajos de uno de los bloques, en el que solíamos apaciguar la sed cuando lo visitábamos.
Pero también eran tardes calmas de paseo dominical, de aquellos que emprendía con Yolanda y nuestros hijos Genis y Oriol, entonces unos pequeñines mozalbetes. Con ellos gozábamos la plácida serenidad de aquel barrio de pisos blancos y modestos, que entre todos los vecinos cuidaban con esmero. Eran momentos de enorme sosiego; el que siempre me generó aquel rincón de Navalmoral.
Y de vuelta a casa, casi metódicamente, cuando salíamos del grupo de viviendas camino de La Peligrosa, hacíamos una parada de rigor para contemplar en el verde descampado aledaño que se extendía hacia la calle Genaro Cajal a aquel pollino que rumiaba mansamente su pasto y a la cigüeña que machacona rebuscaba entre la hierba su sustento. ¡Qué gran sensación de paz la de aquel barrio al nordeste de Navalmoral!. Un nombre que hace justicia a sus gentes y su buena vecindad. Que sea por muchos años!!!!
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