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Retrato de Antonio María Concha en la sala de juntas E. R.
Opinión

¿Qué tiene Navalmoral?

Quien llega se queda. Antonio Concha, placentino, alcalde de Cáceres y acabó siendo moralo

J. R. alonso de la torre

Lunes, 24 de mayo 2021, 23:09

En una de las principales calles peatonales de Navalmoral de la Mata, están las dos perlas arquitectónicas de la localidad: la iglesia y la sede de la Fundación Concha. Los moralos reconocen que su ciudad no es la más bonita del mundo, pero también coinciden en que es un sitio donde la gente se lo pasa bien y se le coge tanto cariño que de allí no te mueves.

Navalmoral tiene algo de barrio multicultural de la periferia madrileña: vecinos de todas las razas y orígenes, españoles llegados hace 40 años desde cualquier parte del país, pero que se han quedado y aman ese lugar, aunque no saben muy bien por qué, tiendas de productos latinos, magrebíes, orientales que no encuentras en ningún otro lugar de Extremadura. Y no hay pijos, ni clasismo, ni tontería, nada que ver con Plasencia, Trujillo o Cáceres.

Esta extraña atracción ya debía de ser ejercida por Navalmoral de la Mata hace más de un siglo si nos atenemos al caso de uno de sus ciudadanos más ilustres: un señor nacido en Plasencia, que fue alcalde de Cáceres, se hizo multimillonario ejerciendo de intermediario y acabó retirándose al final de su vida a Navalmoral, donde fue tan feliz que, al morir sin descendencia en 1882, dejó casi toda su fortuna a la ciudad en forma de una fundación que hoy es un sorprendente ejemplo de resistencia y acción cultural.

Ese personaje era Antonio María Concha y Cano (Plasencia, 1803), que con 20 años se encuadra en la milicia liberal de El Empecinado y arrasan Cáceres. Se exilió durante el absolutismo, regresó tras el indulto de 1828 de Fernando VII, trabajó en la Audiencia Territorial de Cáceres, fue protegido y algo más de la liberal marquesa de la Isla, concejal y alcalde de Cáceres y diputado en Cortes durante la I República.

Siendo diputado provincial, creó e instaló en el palacio de la Isla la Agencia General de Negocios y fue en ese campo, los negocios, donde brilló Antonio Concha durante todo el siglo XIX, primero, aprovechando la desamortización de Mendizábal para adquirir fincas para él y, como intermediario con comisión, para aristócratas madrileños y después, aprovechando sus excelentes relaciones en la Corte, para hacerse con innumerables concesiones mineras en la provincia cacereña.

Más allá de estos datos biográficos, Antonio Concha tenía una gran preocupación social y, establecido ya en Navalmoral, creó allí unas escuelas que aún existen y la fundación que lleva su nombre, instalada en un bello edificio de época, donde funciona muy bien una biblioteca formidable dividida en tres espacios: investigadores, niños y público en general. Cuenta, además, con salón de actos y exposiciones, museo arqueológico y un patio exterior, separado de la calle peatonal por una preciosa verja, donde celebran conferencias y conciertos.

El autor del texto, con Rosa Bautista, presentó libro en el patio de la Fundación Mari cruz

El pasado viernes estuve en la Fundación Concha con motivo del Día Internacional de los Museos. Llevado por los tópicos y los lugares comunes, me esperaba encontrar a unos patronos de la fundación muy en su papel de señores y señoras importantes, envarados, elegantes y me topé con un presidente, Carlos Zamora, divertido y ocurrente, investigador que no presume de nada, alternativo en su atuendo de camiseta bonita y sombrero panamá y presidente de la asociación de las fundaciones extremeñas.

Me encontré con un vocal, Jesús, atento, encantador y moderno con su estilo de hípster pelirrojo. El resto de la directiva eran señoras viajeras, sencillas, cultas y entusiasmadas (Rosa, Cruz, Ángeles), empeñadas en que la fundación funcione y, en fin, entendí por qué el legado cultural y educativo del señor Concha perdura en Navalmoral.

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