El Muro
Sólo veo dos soluciones además de la de asumir el coste, lo que pinta que no: sacar la vía fuera del casco urbano o asumir el paso por donde siempre, maquillándolo y suavizándolo...
José Luis solano
Lunes, 5 de julio 2021, 10:09
El Muro, se mire por donde se mire, ya está aquí. Es una realidad avisada desde hace años, con una campaña, a posteriori, tendente a concienciar a la población, mentalizarla del impacto psicológico que llega, amén del ambiental –que, en este caso, parece ser no ha habido estudio previo o no se tiene en cuenta-, iniciada en torno a principios de siglo, asumida por el Gobierno municipal de turno y anunciada por su teniente de alcalde: «nos han dicho que si lo queremos soterrar lo hagamos nosotros»
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Lo demás son florituras y adornos, «marear la perdiz» por un hecho inevitable, así como que no todos los trenes iban a parar en esta estación, que la velocidad y la demanda social no lo hacen conveniente, ni se trata de recuperar el Lusitania Expresso con sus múltiples paradas para facilitar el servicio a lo largo del recorrido Madrid-Lisboa con una duración de unas catorce horas.
Desde entonces han surgido, con Milana Bonita –que impotente se ha levantado de la Mesa «democratizadora» de lo imposible- y No al Muro, unas plataformas pro mejora de los servicios ferroviarios, resistencia y oposición a su levantamiento, como si pudieran ir contra las decisiones de ciertos poderes, romper la inercia que sume a este pueblo en un síndrome desde hace siglos, el de 'La carretera', paralela a la vía férrea, iniciado en el siglo XVIII con el paso del Camino Real entre ambas capitales ibéricas, sólo maquillado con el desvío de la N-V dejando en su lugar 'La Principal', marcando su urbanismo, economía, vida social y relaciones en ese paseo vecinal. Un eje E-W, castellano, como Calle Mayor de un pueblo alargado del oeste, intentando conectarse urbanísticamente con otras poblaciones, definiendo la vida de la población, al centrarse todo hacia ella.
No se va a tratar de un hecho cultural agradable como el de Pink Floyd, ni la incógnita cosmológica o del dominio de la inteligencia del monolito de Stanley Kubrick en '2.001: Una odisea del espacio» que algunos han tratado de imitar recientemente en los aparecidos en el desierto de Utah o en Rumanía, con agradable diseño.
Ante ello, sólo veo dos soluciones además de las de asumir el coste, lo que pinta que no: la primera, sacarla fuera del casco urbano, inimaginable, invendible políticamente hablando, aunque supusiera abrir su urbanización, su comunicación con el exterior y la armonización vital.
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La otra, la que imperará, asumir el paso por donde siempre, con un muro artificial contrario a tantas cosas, encajonándola aún más con el otro, el natural de la Sierrilla, cortando el viento del norte, aislando más, si cabe, Navarrosa, el polígono industrial próximo….
Suavizarlo, evitar traumas...
Quedaría maquillarlo, suavizarlo, evitar traumas, cubrir el mural de hormigón que se nos viene, un soterramiento superficial tapando con losas de dicho material ese pasillo rompedor en su zona urbana, revistiéndolo de tierra, ajardinándolo, haciendo un museo ferroviario al aire libre –esperando no se rechacen, nuevamente, las donaciones de maquinaria, como ocurrió cuando se urbanizó la zona frente a la Estación-, unas bocas de entrada y salida, de diseño, en el apeadero, con herrería incluso, artísticos murales -tras un concurso de ideas y proyectos- …. dando vida a ello, favoreciendo la comunicación entre ambos sectores locales y la vista, por qué no?.
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Una vía de escape a tener en cuenta ante lo inevitable, ante la contrariedad a tantos otros muros que se han abierto por el mundo en los últimos tiempos, Trump aparte.
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