La autora del texto, Livia Drusila Castro HOY
Crisis del coronavirus

Dos de mayo: una España ultrajada 212 años después

«Hoy sustituimos las celadas por las mascarillas y los guantes, y las carriolas por los coches de policía en la ciudad, las camillas en el hospital y las sillas en el Congreso»

Livia Drusila castro, estudiante de Periodismo y Comunicación Audiovisual

Domingo, 3 de mayo 2020, 16:45

Es un dos de mayo atípico, sin celebraciones, desfiles ni bocadillo de calamares. Con un Madrid lleno de fuerzas de seguridad, para velar por el correcto cumplimiento del confinamiento. Hoy libramos una guerra muy diferente de la que se libró aquel dos de mayo, y que consiguió unir a todos los españoles en pos de proteger su país de las tropas francesas. Hoy sustituimos las celadas por las mascarillas y los guantes, y las carriolas por los coches de policía en la ciudad, las camillas en el hospital y las sillas en el Congreso.

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Un Congreso, por cierto, dividido, quebrantado por la sed del poder y de la razón, más que por el ansia de la solución. Pareciese más a un Congreso formado por napoleónicos y españoles enfrentados hace más de 200 años, que por políticos en busca de soluciones tangibles. Y es que Pablo Casado y sus soldados, no hacen más que poner trabas a las medidas que anuncia el Gobierno para la desescalada. Unas críticas cargadas de insidia que dividen a los ciudadanos y que, lejos de ayudar, lo único que fomentan es la crispación y el enfado. Críticas destructivas fomentadas por el ánimo de desestabilizar a un Gobierno cuyo trabajo está siendo, cuanto menos arduo.

Nuestro himno ha cambiado, ahora es el 'Resistiré', y suena cada día a las ocho de la tarde. Ahora las almenas son nuestras terrazas y nuestros disparos los aplausos. En las calles de Malasaña ya no se baila el chotis, ni se ven chulapos, ahora reina el silencio y de fondo el cantar de los pájaros.

Unir frente a enemigo

Hoy rendimos homenaje a todos aquellos que lucharon por la sinrazón de una guerra, a la que se vio abocada un pueblo que a partir de ese momento sería una nación en armas, en la que el enemigo supo unirnos como nunca jamás ha vuelto a hacer. Siempre somos los ciudadanos los que sufrimos las devastadoras consecuencias de las guerras. Quienes con valentía levantamos los túmulos de nuestros de difuntos cuando acaban, y quienes lloramos el reguero de muertes que estas dejan.

Las guerras son como vestiglos (monstruo fantástico horrible) que acechan nuestros pueblos y que rompen nuestra calma, promovidos por los intereses de quienes se creen con el poder de gobernar a su antojo. Vestiglos que a su paso por la ciudad rompen familias y corazones.

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Ahora más que nunca la unión hace la fuerza, por eso es importante que nos olvidemos de los colores y los símbolos que tanto nos quieren grabar, y que colaboremos todos juntos para lograr lo antes posible nuestra libertad. Ese derecho fundamental del que nos están privando.

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