

yolanda román, directora de cine
Lunes, 25 de mayo 2020, 13:36
La noche del 10 de marzo proyectaba mi cortometraje 'Duelos' en el cine Doré de Madrid. Unas pocas horas antes, comenzaron las llamadas de alarma, habían suspendido la venta online para nuestra sesión, se había reducido el aforo a un tercio y en general, se estaba anulando todo en Madrid.
En mitad de la confusión no sabíamos qué hacer, empezamos a dudar si asistir, incluso se planteó la posibilidad de anularlo, no queríamos proyectar en esas condiciones. Pero finalmente, en un acto que en ese momento nos pareció 'armarnos de valor' y no dejarnos llevar por la aparente exagerada histeria colectiva que se estaba levantando, seguimos adelante con lo planeado.
Ya al llegar, el ambiente estaba enrarecido, algunas personas se disculpaban por no dar besos al saludar, nos marcaron con pegatinas los asientos que podíamos usar, con una separación de cinco vacíos entre ellos, y nos recomendaron no utilizar los micrófonos. Recuerdo cómo durante la presentación, bromeando agradecí al público que hubiera venido a la proyección en medio del 'Apocalipsis'.
Pero fue por ignorancia, ahora pienso que si llego a saber el riesgo real al que nos estábamos sometiendo, les hubiera mandado inmediatamente a casa con el corto en un pendrive. Después nos fuimos a tomar unos vinos, y esa fue nuestra «última noche de libertad», como ahora lo llamamos los que estuvimos juntos en aquel evento.
Cancelaciones
Al día siguiente me llamaron para cancelar dos rodajes que tenía esa semana, cancelaron el festival de Málaga, lo que ya vaticinaba malos augurios, había rumores por todos sitios de que cerraban Madrid, y ahí me di cuenta de que la cosa iba en serio. Y así fue, de repente el mundo se paró de un frenazo.
Pasamos de 100 a 0, una manera muy brusca de bajar las revoluciones que la mente y el cuerpo no lo asumían fácilmente. Parecía irreal estar encerrada en casa escuchando cómo los coches de la policía vaciaban las calles anunciando por los megáfonos que nos encontrábamos ante una emergencia sanitaria mundial. Esas imágenes me sonaban, ya las había visto antes en alguna película de Hollywood. Esta vez el cine y la realidad se entrelazaban, y se cumplía más que nunca eso que dicen de que a veces la realidad supera la ficción.
Lo que vivimos la noche del 10 de marzo fue la antesala de lo que vendría después: paralización de los rodajes, cierre de las salas de cine, retraso de los estrenos… consecuencias de la crisis del coronavirus especialmente devastadoras para el sector cultural por la desprotección que ya sufre de por sí, y que contemplaba su hundimiento mientras que paradójicamente, era lo que más se consumía durante el confinamiento (con permiso del papel higiénico y de la cerveza).
Pero no son tiempos para la autocompasión, porque prácticamente todos los sectores se han visto afectados por esta crisis. Es mejor centrarse en que, afortunadamente, en contra de las demoledoras previsiones iniciales, las últimas noticias están dejando entrar un rayito de luz.
Parece ser que la reactivación en el sector es posible, y que están apareciendo nuevas oportunidades fruto del esfuerzo que se está haciendo por acelerar su resurgimiento, e incluso puede ser que en algunos casos salga reforzado.
Así que aquí estoy, inmersa en la preparación de proyectos nuevos, preparada en la línea de salida para que cuando se vuelva a dar el pistoletazo, arrancar con más fuerza que nunca, consciente ahora de que solamente el tener la oportunidad de intentarlo ya es una suerte, que lo que nos parece 'normal' en realidad es un regalo que se puede esfumar de un día para otro, que no se puede planificar porque la vida es completamente imprevisible y que lo único que está en nuestras manos, es aprovechar el tiempo presente.
No será un camino fácil, tal vez toque reinventarse, pero con la ilusión de que en un futuro próximo podremos volver a ver nuestras salas de cine llenas, y los bares, y las tiendas… porque al menos yo, quiero la normalidad de antes, y no la nueva.
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