

Pilar Rubio, vicepresidenta del hogar extremeño de madrid, área de cultura
Martes, 8 de marzo 2022, 09:47
Lo primero que percibimos al hojear 'Las manos que embellecen a Extremadura' es la belleza del continente, pues es un libro que entra por los sentidos: su papel parece querer ser sensible a la caricia de nuestros dedos y despide el olor inconfundible a tinta de imprenta.
Al leer la introducción, la puerta de entrada que nos muestra el contenido, nos encontramos con la belleza de la palabra de José Iglesias Benítez: qué gran honor para el autor y para el biografiado abrir el libro con tan excelente prosa poética.
El prólogo que le sigue, escrito con la pluma afinada del autor del libro, Ricardo Hernández Megías, es otro regalo que resume la historia del arte y de la escultura para que el lector beba en las fuentes de los maestros y perciba con ojos críticos la grandeza de la obra del escultor biografiado.
Un escultor, Ricardo García Lozano, que nos dirige la palabra intermitentemente, porque el autor-narrador le ha dado la libertad de hablar para que la comunicación con el lector sea más estrecha, y para que el lector perciba la humanidad del escultor y sea confidente de sus recuerdos, de sus andanzas.
Nuestra mente vuela hacia su taller,
Es tan detallada la información de las esculturas realizadas por Ricardo García Lozano, que nuestra mente vuela hacia su taller, donde nuestros dedos pueden tocar el barro, la resina, la escayola, el bronce… incluso puede que imaginemos ser la mujer que representa la obra Ciudad de Badajoz, quien, con sus brazos abiertos, uno que señala hacia España y otro hacia Portugal, recibe a los viajeros queriendo fundirse con ellos en un abrazo.
El autor, Ricardo Hernández Megías, y su biografiado se convierten en notarios que dan fe de lo vivido y lo realizado: busto de Felipe Trigo, monumento a la Constitución, busto de Muñoz-Torrero (lo alberga el Congreso de los Diputados), monumento El Pasado y el Futuro (abuelo y nieto)…, deteniendo el tiempo para que el espectador perciba el arte y la emoción que desencadenan las esculturas.
La amenidad del texto, que combina varios recursos literarios, como la entrevista, la crónica, la biografía, el género epistolar…, todo ello salpicado de datos históricos, anécdotas, fichas biográficas y reivindicaciones justas, es un acierto por parte del autor, dúctil en su estilo y en permanente diálogo con el escultor y los lectores.
Estoy totalmente de acuerdo con el escultor en que la obra no solo sirve para que el público la admire, sino que embellece y armoniza el lugar donde se instala, y sucede que, con el tiempo, la obra eclipsa a su creador.
Ricardo García Lozano, emulando a grandes escultores como Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci o Giacometti, analiza la composición y los objetivos que se trazaron los creadores para profundizar en la psicología de los personajes retratados y elegir el momento y el estado de ánimo que refleja la efigie, ya sea el paso del tiempo, la cercanía de la muerte o el símbolo del acercamiento de dos países.
Cada escultura de García Lozano, con la vida que insufla el escultor a los personajes, es un homenaje a nuestra historia, a nuestros pueblos y a nuestras gentes.
La obra que aquí reseño fue presentada por Jacinto Gil Sierra, presidente del Hogar; Ricardo Hernández Megías, autor, y Ricardo García Lozano, escultor.
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