

Juan Carlos Moreno
Martes, 4 de junio 2019, 09:36
Circulábamos callejeando con nuestro viejo Skoda azul metalizado por el corazón del barrio barcelonés de Horta. La verdad, un poco perdidos en busca de nuestro destino. No debe andar muy lejos, seguro. Al girar por Fabra i Puig para tomar la calle Canigó, de repente los vemos; ahí están, un grupo de camisetas verdes a lado y lado de la calle, en animoso ambiente festivo.
Por la ventanilla derecha se asoma uno de los aficionados para dirigirnos un saludo. De repente y tras el hombre escuchamos una llamada imperativa… - «Anda Yoli, bájate del coche!». Es la voz amiga de Vicenta, y tras ella, surge la figura de su marido, Carlos. Casualidades tiene la vida, cuántas vivencias compartidas!. Y ahora, a 840 kilómetros de Navalmoral, nos aprestamos a compartir otra más, la clasificación del Moralo C.P. ante la Unió Atletica d'Horta en su camino de ascenso a Segunda División B.
Nada más enterarnos del cruce entre el equipo catalán y el Moralo, nos pusimos en marcha para conseguir estar ahí, en el campo de la calle Feliú i Codina de Barcelona, para asistir a un emocionante encuentro entre dos equipos casi centenarios que han puesto toda su ilusión y esfuerzos en el sueño de alcanzar la categoría de bronce del fútbol español.
Y allí estábamos, con las emociones a flor de piel porque, al margen de la incertidumbre del resultado final, era para nosotros sobre todo una magnífica ocasión para el reencuentro con viejas amistades, como los compañeros Miguel Camacho y Felipe del Castillo, o el futbolista Beni Besale, con quien tuvimos el gran placer de coincidir durante la etapa anterior del Moralo CP en la Segunda B, allá por el año 1999, él como carismático y bravío jugador y Yolanda y yo como miembros de la directiva del club.
Una fiesta deportiva
2.200 personas nos congregamos en el Feliú i Codina en la tarde sabatina del primero de junio, según me confirmó después Joaquín, un veterano directivo de la Unión Atlética d'Horta, que conozco por razones laborales, y que en todo momento se desvivió porque la ocasión fuese una fiesta deportiva, de hermandad y de sana competitividad como así fue.
Allí en la grada, a la izquierda de la tribuna principal, integrados desde el primer instante entre el centenar largo de seguidores venidos de Navalmoral y otros tantos que se acercaron desde sus actuales residencias en ciudades del entorno metropolitano barcelonés, cantamos, aplaudimos, animamos, mantuvimos informados a amigos que como José Manuel o Miguel Ángel no pudieron venir, coreamos el himno del Moralo y cantamos con emoción el gol de la victoria de Diego del Castillo. Allí, en la grada, nos sentimos de nuevo un poco más cerca de Navalmoral.
Y tras la explosión de júbilo sobrevenida por el resultado favorable, sintiéndonos partícipes de una jornada histórica para el deporte moralo y después de habernos puesto al día con nuestros amigos, llegó la hora de las despedidas, las manos estrechadas y los abrazos, saliendo del recinto futbolístico con el corazón encogido. Y dejando atrás los autobuses de la expedición morala, las lágrimas silentes y llenas de emoción resbalaron por nuestras mejillas, callejeando por las calles del barrio barcelonés de Horta en busca de nuestro viejo pero fiel Skoda.
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