ELOY GARCÍA
Viernes, 21 de enero 2022, 09:43
Entre hierros y uvas. A caballo entre su empresa de cerrajería metálica en Madrid y sus viñedos y su bodega en Villar del Pedroso. Así vive actualmente Francisco Javier Sánchez Sanguino, entre su profesión y su pasión.
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Los viernes abandona Fuenlabrada para dedicarse el fin de semana a la producción de vino de forma tradicional en Bodegas Torre Albilla. Prevé llegar en breve a una producción anual de 45.000 botellas.
Principalmente hace vino tinto (Quercus, Viña Altamira Selección y Altamira Magnum), aunque también blanco (Inicio Blanco Airén), para lo que adquiere mosto refrigerado preparado para su vinificación. También un vermut denominado La Torralvilla, en este caso elaborado a partir de Pedro Ximénez. A decir de algunos enólogos, se trata de un vermut «con una receta tan secreta como exitosa».
Y no es fruto del azar, asegura, sino de una cuidada y meticulosa producción de uva, y cuidando, de igual forma, el posterior proceso. Hombro con hombro, junto a Sánchez -que ya ha invertido cerca de 700.000 euros en esta iniciativa- está Paula Trigueros, ingeniera agrónoma y máster en Enología y maridaje de vinos. «Su papel es imprescindible para la creación de nuestros vinos», subraya Sánchez.
También Borja Mendoza, buen conocedor de la zona que hace el oficio de capataz de bodega y campo. «Supervisa la puesta en marcha de nuestra maquinaria, mantenimiento en bodega y realiza las labores agrícolas durante todo el año», explica.
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Singular historia
La historia del fundador de la primera bodega del noreste de Cáceres no deja ser peculiar, pues sin venir de una familia con tradición vitivinícola decidió, como dice el refrán y él mismo reconoce, liarse la manta a la cabeza.
«Algunos me dicen que estoy un poco loco. Mi empresa de estructuras metálicas, Jafersa SL, va bastante bien, por lo que evidentemente si quisiera hacer dinero me habría dedicado a expandirla, pues ya la tengo consolidada y es un sector que conozco», afirma.
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No obstante, tenía muy claro, y lo sigue teniendo, que el mundo del vino es su pasión y que tras tres décadas conociéndolo de cerca quería formar parte del mismo de manera activa. Y qué mejor forma que cultivar sus propios viñedos y elaborar sus caldos cerca del pueblo (Azután, Toledo) que lo vio nacer hace ahora 53 años, donde además reside los fines de semana y vacaciones.
Corría el año 2017 y tras consultarlo con esposa -«y venir madurándolo durante los últimos ocho o diez años», recuerda- decide ponerse manos a la obra, buscando fincas en la zona. Adquiere esta justo en el límite provincial con Toledo, de cinco hectáreas y media de extensión, donde planta viñedos y levanta las instalaciones que hoy albergan la bodega, sala de barricas (en total 40 de roble francés, ambas estancias subterráneas), tienda o sala de catas, entre otros. Suman una superficie de 800 metros cuadrados.
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De igual forma contacta con otros viticultores y se hace cargo de varias explotaciones, una también en el término municipal de Villar del Pedroso y otra en Peraleda de San Román, en pleno Geoparque Villuercas-Ibores-Jara, con una superficie conjunta de 8 hectáreas. En la primera principalmente planta la variedad Tempranillo, mientras que en las dos últimas predominan las Syrah y Cabernet Sauvignon.
Sin embargo, la pandemia se cruzó en su camino, y como tantas empresas sufrió el obligado parón, del que ahora va recuperándose, movido por esa pasión y esa ilusión que tanto repite en la conversación.
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«Iniciamos las obras en 2017, inauguramos la bodega en noviembre de 2019, empezamos a vender y... llegó la covid. Pero este año, por fin, hemos hecho el ciclo completo, vendimiando de un viñedo nuevo», celebra.
La afición de Sánchez por el vino comenzó hace ya 30 años, o al menos en esa fecha fue consciente de ello. «Es que cuando era niño me fui al Seminario Menor de Valdepeñas (Ciudad Real). Recuerdo que visitaba algunas fincas que tenía la Orden de los Trinitarios. Y luego estuve dos años en La Rioja, con un familiar», bromea.
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Lo cierto es que fue al filo de los 24 años cuando despertó en él esta pasión por el vino de la que poco a poco va haciendo un modo de vida. «Entonces fue cuando empecé a beber vino, pero no por beberlo, sino interesándome por este mundo, teniendo contacto con personas del sector... Luego ya comencé a ir a catas, a visitar bodegas, principalmente de La Rioja y Ribera del Duero...», rememora.
Ese fue el origen de un proyecto que no solo abunda en la producción de vino, sino que va mucho más allá. Porque a su vez Javier contribuye al desarrollo del medio rural.
Turismo
Por un lado, dando a conocer la riqueza patrimonial de la zona (en su web, www.bodegastorrealbilla.es, hay una sección dedicada al turismo en los pueblos cercanos). Por otro, organizando catas de sus caldos con otros productos de la zona, como los quesos de los Ibores, además de visitas guiadas, entre otros.
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Y, por último, con el objetivo final de su ambicioso proyecto: a corto plazo la recuperación de la cultura del vino en la zona (esta es la única bodega en más de 60 kilómetros a la redonda), después de un periodo aciago allá por el siglo XV en el que se prohibió el cultivo de vides en la comarca. Y a medio, llegar incluso a conseguir una denominación de origen propia para la zona. «¿Por qué no?», concluye.
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