

Marco A. Rodríguez
Badajoz
Sábado, 5 de marzo 2022, 10:39
Se siente un afortunado y no cesa de dar gracias a Dios por permitirle atisbar un futuro en Extremadura. Su fe y creencias religiosas están profundamente arraigadas en su discurso y hasta el más escéptico se cuestionaría si en su desesperado y peligroso viaje desde Costa de Marfil hasta España no hubo algún componente milagroso. Sobre todo, cuando recuerda cómo un grupo de delfines sostuvo su destartalada patera cuando se estaba hundiendo, cubierta por el agua de una tormenta mientras resuena el llanto de once seres humanos que se encaminaban hacia la muerte.
«Mi amigo de Camerún y yo somos muy creyentes y lo que hicimos fue animar a los demás e intentar convencerles de que lo íbamos a conseguir, pese a que todos pensaban que iban a morir. Fue muy duro. Había un niño de siete años que estaba desmayado, sin aire, y todos sufríamos mucho por el frío y el miedo. La gente lloraba mientras sacábamos el agua, pero yo tenía esperanza. Y más cuando vi a cuatro o cinco delfines que empujaban la patera desde abajo para que no se hundiera. Algunos dirán que fue suerte, yo creo que fue un milagro», relata Ange Uriel Ngandi sobre una odisea que arrancó en 2017 en su natal Costa de Marfil y que terminó, por fortuna o por intervención divina, en Navalmoral de la Mata.
El joven futbolista del CP Talayuela tenía apenas 16 años cuando emprendió el largo camino en pos del que desde muy niño fue su sueño: jugar en Europa. Veía al Barcelona de su compatriota Yaya Touré, a la selección española de Xavi e Iniesta y se enamoró de ese fútbol. Como es previsor y consciente de que el balompié tiene fecha de caducidad, ahora se prepara como técnico deportivo nivel 2 a través de los cursos del Cedifex de la Federación Extremeña de Fútbol, con la que ha grabado un magnífico vídeo narrando su historia.
En Costa de Marfil, pese a que no es el país más castigado por la pobreza, no tenía futuro. Cuando sus padres permanecieron juntos pudo vivir mejor e incluso estaba inscrito en una escuela de fútbol, pero la separación de sus progenitores le obligó a buscarse la vida siendo el mayor de los tres hermanos. Precisamente fueron inmigrantes que trabajaban en aquel país del África Occidental quienes le convencieron para escapar en busca de un 'paraíso' que parece haber encontrado.
Eso sí, tras pagar un alto precio. Porque fueron incontables las amenazas contra su seguridad en este largo periplo. Mali, Mauritania, Argelia, Marruecos. El Mediterráneo en aquella angustiosa madrugada invernal –entre las 22.00 y las 5.00 horas– fue solo uno de ellos. También el desierto mauritano, repleto de bandas salvajes sin el menor aprecio por la vida humana. Ladrones que roban a los desesperados. Deben ser los peores. «Vimos muchos muertos tirados en el suelo en ese desierto», dice.
Tuvo que malvivir en un conflictivo bosque de Tánger a la espera de confirmar la embarcación hacia la tierra prometida. Algo así como una «bolsa hinchada», como la describe.
«Hay gente que paga unos 2.000 euros o más por barcas con motor y eso, que son más seguras, pero yo no pude porque me engañaron y me robaron el dinero. Yo no quiero robar o ser un delincuente y meterme en líos porque me educaron bien y hay que respetar a las personas. Tuve que jugar al fútbol en la calle para sacarme algo de dinero y una buena persona me ofreció 400 euros que utilicé para cruzar el mar. El bosque donde esperamos en Tánger era muy peligroso y había que estar siempre escondiéndose de todo. Incluso daba miedo de que te comieran los perros. Tuve que arriesgar mi vida. Y el desierto fue muy duro, sin agua ni comida caminando una semana», recuerda a este diario en un castellano dignísimo.
Una nueva vida
El 15 de diciembre de 2017 lo envían a Ceuta, donde es internado en un centro temporal para menores. Allí contacta con la ong CEPAIM, que le cambia la vida y con la que se le aclara la perspectiva de una existencia feliz. Lo trasladan a Navalmoral con una familia de acogida cuya cabeza es un entrenador que Ange prefiere conservar en el anonimato.
«Es mi ángel en Europa y ellos mi segunda familia. Me han dado cariño y me quieren mucho, como si fuera su verdadero hijo. Siempre les estaré agradecido porque me han ayudado a crecer como persona, a estudiar, a trabajar y ser futbolista y ahora prepararme como entrenador. Creo que soy muy afortunado de tenerles porque hablo con compañeros y otros como yo que están en Francia y no tienen esas posibilidades», valora el joven costamarfileño justo después de salir de trabajar este jueves extrayendo resina de los pinos.
Ange mantiene contacto con sus padres y hermanos en África, a los que quiere traer a España sin que tengan que pasar por lo que él ha pasado.
«Quiero que vengan legalmente, si mis hermanas estudian que vengan para estudiar, o quien trabaje que lo haga con papeles para trabajar. Que no vengan como lo tuve que hacer yo. Ese es mi sueño, además del de ser futbolista que de momento estoy cumpliendo con el Talayuela en Preferente. Hablo con ellos y les cuento que estoy muy feliz aquí, que soy una buena persona y que trabajo mucho», prosigue el exjuvenil del Moralo que también pasó por Caminomorisco.
'Ángel', como le llaman en España, se apena cuando ve las imágenes de los refugiados ucranianos. «Somos seres humanos y tenemos corazón y sentimientos. La guerra no se puede aceptar y me duele mucho. La gente que pierde la vida, los niños, etc.», lamenta alguien que ha sido testigo directo del sufrimiento.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Los libros vuelven a la Biblioteca Municipal de Santander
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.