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Mateo se asentó en Navalmoral hace más de una década EGR
«Si dejo de trabajar, me vuelvo tonto», dice Mateo José Alberto
Mucho más que mayores

«Si dejo de trabajar, me vuelvo tonto», dice Mateo José Alberto

A sus 74 años, este alegre ciudadano portugués sigue en activo en Navalmoral, a donde llegó hace más de una década

Eloy García Rodríguez

Martes, 8 de septiembre 2020, 10:53

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Sesenta y cinco años, ansiada edad de jubilación para muchos. Otros, sin embargo, suman esta misma cifra en activo. Es el caso de Mateo José Alberto, que con tan solo diez años comenzó a trabajar. Y en ello sigue, a solo nueve meses de cumplir los 75. «Si dejo de trabajar, me vuelvo tonto», afirma entre risas.

Este ciudadano portugués, nacido en Alcobaça el 28 de mayo de 1946, es cocinero en el mesón El Burladero de Navalmoral de la Mata. Está encantado de trabajar de lunes a domingo, porque para él es mucho más que un empleo. Casi más un 'hobby', un entretenimiento que le apasiona y le mantiene activo, más allá de sus largos paseos diarios (le encanta andar), de la caza (suele ir de montería cuando puede) y de las visitas a Portugal, donde vive uno de sus dos hijos.

La de Mateo es una historia de constancia y superación. Nacido en el seno de una familia humilde, recuerda sus inicios como «una vida dura, éramos seis hermanos y había que trabajar». Diez años tenía cuando otro vecino de Alcobaça le preguntó «si quería trabajar en un restaurante de su propiedad», y así lo hizo, pues como rememora eran tiempos difíciles en los que había que empezar a ganar algo de dinero, sí o sí.

Trabajó, se formó e innovó sin descanso, lo que además de trabajar en varios negocios lo llevó a abrir los suyos propios. No solo en Alcobaça, sino en Nazaré, Caldas da Rainha… «Todo iba bien hasta la Revolución del 25 de abril», la Revolución de los Claveles, un levantamiento militar ocurrido el 25 de abril de 1974 que provocó el final de la dictadura.

«Los militares ocuparon muchos edificios y no se podía trabajar como hasta entonces, así que con 33 años decidí irme a Australia», rememora. Allí tenía un amigo que trabajaba en cruceros, y Mateo se apuntó y comenzó a recorrer buena parte del mundo en uno de esos colosales barcos. Nueva Zelanda, las islas Fiyi y Tahití fueron algunos de los destinos donde recalaba su crucero, en el que estaba empleado como camarero y cocinero. «Fueron dos años en los que aprendí mucho», recuerda con visible satisfacción.

Con posterioridad montó más negocios propios, también en Portugal, hasta que decidió dejarlo todo en el año 2009, en buena parte por el fallecimiento de su esposa. Con más de 60 años, Mateo reconoce que perdió las ganas de trabajar, si bien tenía un hermano que regentaba restaurantes en España. Este le animó a iniciar una nueva andadura, un nuevo periplo que finalmente le llevaría a establecerse definitivamente en Navalmoral.

Platos con sabor portugués

Con su llegada, diversos platos típicos portugueses –como el bacalao dorada, el arroz caldoso de marisco o el bacalao a la teja- se instalaron definitivamente en Navalmoral, población de la que habla maravillas, y en la que desde el primer momento se sintió bien acogido.

«Cuando llegué todo el mundo fue muy acogedor conmigo. Me preguntaban si necesitaba algo, cualquier cosa», rememora. No solo entre los vecinos a título particular, sino en la administración. «Navalmoral es maravilloso. Todo buenas personas, incluso cuando iba a hacer gestiones al Ayuntamiento, a Hacienda,…». Tanto es así que probablemente no regrese a Portugal y se quede en esta población para siempre.

Hace cerca de una década dirigió el restaurante Casa Mateo, ubicado en la avenida de las Angustias. Después trabajó para varios hosteleros, no solo en Navalmoral, sino en Plasencia, Talavera de la Reina y Alcorcón. También en El Palomar, establecimiento del cual guarda «recuerdos excepcionales», así como de sus propietarios, con los que tuvo una relación muy estrecha.

Ahora está en el Mesón El Burladero, en la carretera Nacional V, donde se encuentra como en casa. «Aquí con Carlos (el propietario) estoy muy bien. Es buena gente y hago lo que me gusta», afirma.

Preparando pollos al carbón
Preparando pollos al carbón EGR

Y ahí sigue, activo, vital, rebosante de energía, elaborando todo tipo de platos, especialmente a la brasa, a la vez que atiende desde el otro lado del mostrador a cuantos clientes se acercan atraídos en buena parte por el aroma de sus pollos al carbón.

«No tengo ninguna gana de jubilarme. Me gusta estar activo, porque cuanto más activo estás más salud tienes», insiste. «Y no solo eso, si trabajo en un sitio me gusta que éste crezca, que al propietario le vaya bien. Me gusta actualizarme y preparar cosas nuevas para los clientes, que se vayan contentos y que después de probar mis platos tengan ganas de volver a por más«.

Sus palabras no solo están basadas en la teoría, sino que con motivo del parón provocado por la covid-19 lo ha podido comprobar en sus propias carnes. «He estado dos meses parado por esto de la pandemia, y te juro que me estaba quedando tonto», asevera entre risas.

Y es que cada día acude alegre, contento de seguir trabajando, porque para él es más que un empleo. «El problema radica en pensar que eres viejo y que no puedes trabajar. ¿Para qué, para ir a los bares y emborracharme? Eso no es para mí, nunca me he emborrachado, no bebo, no fumo, me veo válido, tengo fuerza para coger las cajas del suelo, soy muy activo…».

Así sigue, enunciando innumerables razones por las cuales no jubilarse, lo que le lleva a reflexionar sobre el mundo laboral actual. «Hay otro problema, que no encuentras gente que quiera trabajar. Mira que he estado en países diferentes y en ninguno he visto lo que en este, que te den 400 euros por no trabajar. Así que hay tienes otra razón para seguir en activo, que alguien tendrá que trabajar», ríe.

Actualmente trabaja en el mesón El Burladero
Actualmente trabaja en el mesón El Burladero EGR

Activo y creativo, pues, Mateo continúa innovando y aportando sus propios conocimientos a los platos que cocina, «dándoles mi toque personal».

Sus calderetas de pescado, las de cabrito, sus costillas de cordero, los pollos al carbón, el bacalao… todos llevan un toque especial, un ingrediente o una salsa propia que los hace diferente. Cuando se le prregunta ¿por qué?, Mateo calla y sonríe, los secretos de su cocina se quedan en su cocina… y en su cabeza.

También innova con los postres, como el popular molotov o los pasteles de Belén, fruto de la experiencia que atesoró mientras regentaba su propia fábrica de pasteles en Nazaré. Porque tal y como insiste, la edad no es óbice para aportar cosas nuevas a su profesión, y por ende a la sociedad.

Excelente salud

Evidentemente Mateo goza de una excelente salud, a su juicio fruto de llevar una vida sana. «No fumo, no bebo, como bien, me gusta dar buenas caminatas y cuando puedo las doy por el campo, cuando voy a cazar, que también me gusta hacerlo de vez en cuando», señala.

Esta salud y su perspectiva de la vida ha propiciado que este alegre portugués no tema a la covid-19. «No he tenido miedo, he estado tranquilo, ya que vendrá si está por venir». Esa es su filosofía de vida, no temer a casi nada y estar preparado para lo que pueda venir, pero sin miedo.

«Lo importante es estar sano, activo y preparado para lo que venga. Lo que no voy a hacer es quedarme pensando que me vaya a poner enfermo y que no voy a poder trabajar».

De ahí que insista en que hay mucha vida más allá de los 65 años. «Lo realmente triste es que alguien con 60 años esté pensando ya en jubilarse. A esa edad somos muy útiles y hay muchos sitios en los que te necesitan, entre otras cosas porque como ya he dicho antes la gente joven no quiere trabajar. Pero bueno, estamos en un país libre y cada uno puede hacer lo que quiera [ríe]. Pero yo no soy así».

Durante la entrevista se para a meditar y piensa que tendrá tres días libres, mucho tiempo para alguien que trabaja de lunes a domingo.

«Aprovecharé para ir a ver a la familia que tengo cerca, en Alcobaça». Allí vive su hijo, enfermero de 40 años. Su hija está algo más lejos, en Suiza. «Me gusta visitarlos, aunque cuando me ven suelen decirme lo mismo: que estoy tonto por trabajar tanto. Pero bueno, ellos no lo entienden», concluye riendo, a la vez que se pone en pie para encender brasas y fogones.

Son las seis de la tarde y Mateo vuelve a su puesto, donde es feliz, como cada día cuando comienza su jornada laboral.

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