Eufemismo, la España vaciada
«Los que aquí quedamos, cada vez menos, hastiados y olvidados, vemos como arrasan nuestro símbolo, la encina, para plantar espejos...»
Antonio piné, escritor aficionado
Miércoles, 19 de febrero 2020, 13:28
Que siempre hubo dos Españas, es algo que los extremeños teníamos más claro que nadie. Este país cainita, no perdona el intento de superación, ni olvida la cuna de la que venimos. Esos pecados, no hay agua que los lave. Pero hete aquí, que ha surgido una nueva España, y como no, los extremeños, en la saca. La España Vaciada le dicen. Glorioso eufemismo utilizan para limpiar sus conciencias. ¿Vaciada? ¿De qué? ¿Para qué? ¿Por quién?
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Una cohorte de analfabetos vitales, cuajados de títulos y orlas, en proporción inversa a su carencia de realidad y experiencia, quieren poner, ahora, freno a la despoblación, enfermedad endémica de esta tierra nuestra desde hace décadas. ¿Tan ilusos son que creen que nos hemos vaciado por mor propio? No señores, no. Nos han robado, humillado, despreciado, olvidado, engañado. ¿No se ajustan más estas palabras a la realidad?. Y no se equivoquen, por favor, no solo han vaciado pueblos y campos. Es más grave el pecado. Son hogares, familias, almas y corazones lo que se ha arrasado. Sin dar tregua, negándonos el pan y la sal en nuestra propia casa. Llevándose, para esa España Insaciable, lo que más nos duele. Nuestros hijos. Nuestra sangre.
Cuando la joven España se despertaba, miles de extremeños, huyendo del hambre y la miseria, dieron su juventud y su fuerza, lo que tenían, para hacer realidad el sueño de grandeza y libertad de esta nación. Y lo hicieron en silencio, y se dieron sin medida, porque en la maleta llevaban un sueño, volver un día. Volver a casa, al pueblo donde dejaron sueños descalzos y alacranes en las tripas. Volver a la infancia de carencias, en blanco y negro, pero plena de sonrisas, tan grandes como los remiendos de sus camisas. La vida les premió. Volvieron a una tierra apenas cambiada. Unos años de descanso, en la cartilla, unas perrinas, poder compartir, con los que quedaron aquí, recuerdos de dos vidas.
Ahora, los que parten, ya ni quieren ni pueden regresar. Ni quieren ni pueden, porque no hay a qué regresar. Han partido tan jóvenes, que prácticamente no tienen recuerdos de su tierra, ni conocen su historia, ni sentido de pertenencia más allá del familiar. Ni quieren ni pueden, porque, la Insaciable España, que les ha mostrado su grandeza, les abre puertas desde donde atisban que todo es posible, que no hay límites para su empuje. Si vuelven la vista atrás, solo ven desolación, tristeza, penurias y abandono. ¿Volver a qué? Aquí no hay nada. Ni para los que se quedan, ni para los que se van.
¿Qué delito ha cometido esta gente, fuerte y generosa, orgullosa en su humildad, que no haya ya penado? Si hasta lloramos de espaldas, pues las lágrimas que nos abrasan el rostro, nos quieren negar ¿Tanta es tu hambre, España, que te llevas el agua, el Sol y hasta nuestras entrañas? Nos lo has negado todo desde donde alcanza la memoria. Solo nos diste promesas. Y con cada incumplimiento, una risotada, y la creencia de que con paletos tratabas. Confundiendo bondad y necesidad con ignorancia, pues hemos tragado bilis, con la esperanza de un futuro mejor.
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Cada vez menos
Los que aquí quedamos, cada vez menos, hastiados y olvidados, vemos como arrasan nuestro símbolo, para plantar espejos y que no les falte energía para seguir creciendo. Aquellos hilitos de plata, que nos unían con la capital, son ahora hierro viejo, para un caracol renqueante, que la mitad de las veces no llega, ni lleva ni trae ná. Cualquier día revienta en el camino, y… ¡allá os pudráis! Nos cierran estaciones (no habiendo trenes, ¡buenos cojones!), nos privan de médicos y hospitales, colegios en ruinas, las carreteras son caminos de herradura. Se llevan industrias y niegan al campesino su sustento, dándole solo lo justito para que no pueda huir, y si se queja, le miden el lomo a base de bien. ¡Qué osadía pedir pan por el trabajo realizado!
Y más a más, hacerlo delante de catadores de jamón, profesionales del canapé y del ribera de Guadiana, todos ellos, de lengua bífida culera desgastá. ¡No molestéis, leñe, que les va a sentar mal! ¿Quién va a querer volver aquí, si ni el placer de hacerse viejo nos queda? Eso sí, la Naturaleza, aunque domesticada, sigue creciendo, para dar relajo a los hijos del cemento. Paseíto con el eléctrico, chándal del Decathlon, platito de migas canas, foto al buitre, pisáis un par de bostas y para casa, que el campo no huele bien. ¿Qué hermosa tierra verdad, para los que no estáis dentro?
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Se me hace muy cuesta arriba aceptar que quienes nos metieron en la miseria, se vistan de salvadores, den una y mil soluciones, ahora y desde la distancia, claro. La última, que gusta más, es abrir una oficina para fijar la población, pagando el retorno. Si de eso ya tenemos, en cada pueblo una. Aquí lo llamamos cementerios o camposanto y casi todos tenemos la tierra pagada.
Este escrito es un lamento, de quien cada día ve más cerca que le arrebaten lo que más quiere. Y juro, que no lo voy a perdonar.
Long Life to White Trash
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