Borrar
Nuria Camacho en su puesto de trabajo HOY
Diario de una enfermera
Reflexiones sobre la crisis del coronavirus

Diario de una enfermera

«Un día más de timbres, carreras, nervios, miedo y de esperanza en la cara de esos que nos creen héroes»

Nuria Camacho, enfermera

Martes, 28 de abril 2020, 22:28

Mi vida desde el 14 de marzo podría ser el diario de cualquier enfermera. Es un día más,... o un día menos. Mi vivencia dice lo primero, mi corazón lo segundo, deseando creer que todo acabará.

He llegado pronto hoy. El revuelo es intenso. Ya salieron los resultados de las pruebas pendientes. Nos confirman lo que todas sabíamos hace ya días: «positivo». Caras largas, angustiadas, temerosas e indignadas ¿Cómo es posible? Si una y otra vez insistieron en decirnos que no pasaba nada, que nada debíamos temer, que estábamos equivocadas. Tantos días entrando y saliendo de esa habitación sin más protección que nuestra sonrisa. Indignadas. Sí, esa es la palabra.

Tomo aire. Comienza la jornada. Voy a por mis armas (Epis) ¡No es posible! Han desaparecido. Escasean tanto que quien tenía necesidad las tomó primero. Sólo hay tres y somos siete. Una voz al fondo dice que son para las enfermeras. ¿Cómo? Me niego. Me rebelo. Me revuelvo: no voy a consentir ese desprecio a mis compañeras. ¡No hay más!, nos anuncian. Sin pensarlo ofrezco el mío a esa chica que me mira fijamente y a la que casi puedo oír sus pulsaciones. Toma María, este es para las dos ¡Ya nos apañaremos!

Reparto de tareas. Echo un vistazo y saco mi rotulador fosforito que empieza a marcar: «Posible positivo», «Posible positivo», ... así hasta seis. Pienso, no está mal. Otros días han sido peores.

Un día más de timbres, carreras, nervios, miedo y de esperanza en la cara de esos que nos creen héroes. No podemos defraudarles ahora, nos haremos los valientes. Ni un paso atrás.

Ha llegado la hora. Lo sé porque veo acercarse a las compañeras que harán mi relevo. Son mi reloj, ese que ya no llevo. Bajo a cambiarme y nada más entrar un fortísimo olor a lejía y un silencio sepulcral que sólo se rompe con un «¿Dónde están los famosos test que nos harían?».

Vuelta a casa

Camino al coche veo mi teléfono, saturado de mensajes y llamadas sin responder. Ya contestaré, ahora sólo quiero llegar a casa. Sonrío. Sueño con volver a esa churrería que tanto me gusta. Por fin, besos y abrazos 'virtuales' a mis chicos. A esta alocada de mi perra ni se lo planteo.

Ahora comienzo otra labor, esa que me une, me conecta, me conmueve. Ahora soy yo la que veo verdaderos héroes, gente inmensamente generosa que da todo lo que tiene: su tiempo, su trabajo, su alegría...

Aquellos que se desviven por ayudar en un intento por suplir lo que nos niegan, lo que nos falta. Vidas interconectadas por hilos, telas, plásticos, gomas... Una perfecta cadena capitaneada por personas anónimas, a falta de esos 'comandantes' que esta mañana lamentaba no estuvieran.

Me contagia su ilusión, su energía. Llamadas, correos… Toda una intendencia montada para llegar a todos los rincones.

Me siento orgullosa de todos los que me rodean. Ahora sí. Ahora sé que todo va a salir bien. Estoy segura. Lo veo en los ojos de todos los que sin pedir nada a cambio trabajan con desbordante alegría para ayudarnos.

Ha sido un día intenso. Me acuesto satisfecha, renovada, con la sensación de que no es un día más, es un día menos.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

hoy Diario de una enfermera