José María Gómez de la Torre
Sábado, 10 de abril 2021, 21:55
En esta España tan propensa a la trinchera, la templanza y el estilo reflexivo han sido siempre una rareza y, desafortunadamente, en la actualidad se ha llegado a un punto en que la política está más subida de tono que nunca y aunque parezca imposible, sube cada día un poco más.
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El papel de la oposición es muy importante en una democracia, especialmente en momentos como el que vivimos, con un problema sanitario que deteriora -y de qué modo- la economía del país.
La oposición, por definición, debe controlar al Gobierno y ofrecer alternativas. Necesitamos un Gobierno que resuelva los problemas; pero también una oposición que contribuya a la solución, cosa que desgraciadamente no hace, dedicándose a buscar culpables, lo que no aporta nada a la ciudadanía, y menos cuando se hace con actitudes y lenguaje más propios de discusiones tabernarias que de lenguaje parlamentario.
Cuando la sociedad se encuentra en un estado de pesimismo, sin unas perspectivas claras de futuro, y en todo caso de perspectivas de futuro más bien negras en cuestiones económicas y de empleo, los mensajes de la oposición pasan a tener un papel muy importante en el estado de ánimo de la gente.
Asistimos a una oposición que actúa y se comporta como si estuviese en permanente campaña electoral, negando al Gobierno ningún tipo de acierto y no por ineptitud sino porque al parecer lo hace a propósito, para perjudicar.
Esto lleva a la sociedad a un estado de irritación y confrontación que hace que cualquier medida que se tome sea criticada hasta la exasperación -y muchas veces sin ningún criterio lógico- por gente con ideología distinta de la del Gobierno, sea nacional, autonómico o municipal. No tenemos que ir muy lejos para comprobarlo: no hay más que leer los comentarios que se hacen en la red a artículos del HOY Navalmoral o entrar en la web 'Navalmoral qué me narras', en los que algunos politizan hasta la salida del sol a pesar de que las normas de esta web lo prohíben.
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Lo peor es que la violencia ya está pasando de ser verbal a física.
¿Estamos fatalmente abocados no a vivir, si no a malvivir, en el enemistado enfado de diecisiete Españas pequeñas, cabreadas y divergentes? ¿Tendremos que quitar los tiestos de nuestros balcones y poner sacos terreros en su lugar?
¿Cuándo los partidos serán consecuentes con el concepto de dignidad?
Un partido suspende de militancia a tres alcaldes que se vacunaron del coronavirus saltándose los protocolos. La dirección nacional de otro no considera equiparable que un consejero de Salud de su partido se haya vacunado junto a más de 400 altos cargos y funcionarios de su departamento, con el de esos alcaldes que se han puesto la vacuna antes de tiempo.
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Debido a esto los miembros del partido coaligado con el que gobierna presentan una moción de censura al considerar que no pueden apoyar a un Gobierno de conducta tan irresponsable. Claro que hasta cierto punto, porque si a uno le ofrecen una consejería, a lo mejor la cosa no se ve tan grave y no está feo dar marcha atrás. Y algunos lo hacen.
Pero lo que más choca es que un alto cargo del partido beneficiado, comprador y pagador del digamos «cambio de opinión», llame a esa conducta dignidad.
Sinceramente creo que merece un nombre diferente, y a mí, puesto en ese caso de «dignidad», me daría vergüenza salir a la calle.
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Hay una quintilla con último verso de pie quebrado que define bien esa «dignidad» que prolifera en los últimos tiempos:
Cambalache de chaqueta
ha sido siempre de sabios,
pues ello es muy buena treta
si quieres seguir chupando...
de la teta.
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