

Pilar Rubio, vocal de cultura del hogar Extremeño en madrid
Martes, 2 de junio 2020, 23:37
El Covid19 ha cambiado nuestras vidas. Cuando el mundo paró su reloj, las familias tuvieron que separarse y, confinadas en sus casas, sufrir el aislamiento de sus miembros para evitar el contagio. Y los que tuvieron la desgracia de perder a un ser querido, ni tan siquiera pudieron acompañarle en su agonía o decirle el último adiós al emprender su último viaje. El dolor se respiraba en el aire.
La vulnerabilidad del ser humano se puso en evidencia. Nunca como hasta ahora nuestra generación percibió que el hombre es una cáscara de nuez en la inmensidad del océano o una minúscula estrella en la infinitud del Universo.
El espectáculo ha sido desolador: las calles de los pueblos y de las ciudades estaban desiertas; los centros culturales y los espacios públicos, cerrados, a tenor del confinamiento. Un aire gélido recorrió los lugares más recónditos del planeta. Se palpaba la soledad, el sufrimiento, el silencio… Pero es en estos casos de crisis extrema, de pánico generalizado, de temor ante la muerte por una pandemia desconocida, debido a un virus invisible y exterminador, cuando se produce el milagro de la solidaridad mundial. Y entonces llega la esperanza.
Hemos luchado juntos para vencer a nuestro peor enemigo. Hemos vivido el aislamiento, pero no estábamos solos. No podíamos reunirnos, ni reencontrarnos con nuestras raíces extremeñas, pero hemos sentido el amor y la amistad más cerca que nunca. Nuestros paisanos nos han enviado las fotos de cerezos en flor, de sierras nevadas, y de arco iris dibujados en el cielo como una forma de decir que nos esperaban. Gracias al teletrabajo y a la profesionalidad de los periodistas, a través del televisor, de los periódicos y revistas digitales, hemos recibido las noticias de todo el mundo y hemos tomado el pulso a Extremadura, nuestra tierra añorada, pero que en esos momentos no podíamos pisar. Nunca ha sido tan dura la diáspora.
Como respuesta solidaria y agradecida, en nuestros barrios, confinados, todas las tardes, niños, jóvenes y mayores hemos abierto las ventanas de nuestras casas y de nuestro corazón para aplaudir a los héroes que luchaban en primera línea y hemos visto las lágrimas de nuestros vecinos, llorando de emoción, aunque no pudiésemos estrechar sus manos.
Las nuevas tecnologías han favorecido que podamos comunicarnos y ver a nuestra familia y a nuestros amigos a través de una pantalla. Los coros de todo el mundo han regalado sus canciones y los músicos sus melodías; los bailarines han improvisado escenarios incluso en sus propias cocinas; los museos han permitido que visionemos sus colecciones haciendo recorridos virtuales por sus salas y han ofrecido actividades creativas para seguir en contacto con un público fiel, para quien la presencia del arte es necesaria en sus vidas.
Hubo un tiempo de silencio, en el que los adultos hemos leído libros y escrito muchos textos, reflexionando, en un ejercicio de introspección, para volver la mirada hacia nosotros mismos. Y los niños, nuevos héroes, han podido jugar con sus padres mucho más tiempo y realizar las tareas escolares dibujando la primavera desde su balcón.
Desescalada
En la desescalada, ha llegado el momento del análisis, de la reflexión y de la crítica. Elegir un camino u otro puede condicionar el discurso de la Historia o el destino de nuestras vidas, como diría Stefan Zweig en su libro 'Momentos estelares de la Humanidad'. Es el tiempo de la concordia, del consenso y de la tolerancia, de tomar conciencia y participar en los procesos sociales ejerciendo la «libertad de ser libres», parafraseando a Hanna Arendt. ¿Y por qué no reinventar las ciudades, emulando los relatos del navegante veneciano Marco Polo, para hacerlas más humanas y habitables?
Quizá deberíamos poner en práctica las lecciones aprendidas, tanto los gobiernos como los ciudadanos de a pie: modificar nuestra escala de valores y poner el énfasis en las auténticas prioridades, como la sanidad, la educación, la generación de empleo, el cuidado de la naturaleza, la investigación… de forma solidaria y universal.
Porque, cuando vuelvan los besos y los abrazos, si no seguimos luchando juntos, no afrontaremos las auténticas secuelas de esta terrible crisis, como el paro, la pobreza y el dolor por la pérdida de los seres queridos. Juntos, podremos salvar el planeta y legar a nuestros descendientes un mundo mejor y en paz.
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