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Mari Carmen en uno de sus últimos días de actividad MAM
Charrabín conchín
Las firmas de HOY Navalmoral

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Ya no habrá donde dejar los recaos urgentes, ni a quien pedirle ese repentino favor, ni con quien compartir el último chascarrillo local...

FERNANDO ALFONSO VELASCO

Domingo, 6 de febrero 2022, 21:24

«Mamá, ¿me das una pesetina pa' golosinas»? Antes de encaminarme hacia la escuela de Don David Casado, abordaba a mi madre en la recepción del coqueto hotel familiar con la íntima esperanza de oír su respuesta afirmativa, y ella accedía con ese inimitable y cálido achuchón maternal y un prolongado beso en la mejilla, y yo, con mis inquietos nueve añinos, me dirigía al destino semanal dando indisimulables zancadas de alegría.

Parada obligada antes de clase era la que los niños de la dorada década de los sesenta hacíamos en el kiosco de la Cruz de los Caídos, popularmente el del Chocolatero, y en el que, según la época del año, nos surtíamos de regalices, chicles Bazoca, Conguitos, piruletas, Chupa Chups, quicos, altramuces, bolsas de pipas, helaos al corte, tebeos del Capitán Trueno, o una buenatupitáde cromos de futbolistas para, en el recreo, jugar a «los cromos».

Los domingos por la mañana el ritual cambiaba, pero la visita era obligada. Como mandaba la santa madre iglesia y tu propia madre, nos preparábamos para nuestra particular ruta dominguera. Vestidos con nuestras mejores galas, de domingo, acudíamos tos repeinaos, recién bañaos, oliendo a limpios, a la misa en la ermita de las Angustias, a escuchar la homilía que, desde lo alto del púlpito, nos ofrecía el campechano e imponente Don Emiliano, el cura residente de ese templo.

Y una vez cumplida con la obligación pre-primera comunión, salíamos a jarapo sacao hacia el kiosco en busca de provisiones para abordar la siguiente etapa: la sobredosis de baloncesto que nos aguardaba en el patio del colegio de las Monjas, en donde nuestros ídolos locales, los Chicha, Cerezo, Saneiro, Manolo Patona, Amador, Yeyo, Chabolero o un tal Javier Alfonso, se dejaban la piel emulando a los Sevillano, Paniagua, Buscató , Margall, Luyk o Emiliano, y nos encandilaban con sus apasionados choques de basket.

Y así echábamos las mañanas dominicales. Y por las tardes, después de saborear un exquisito arroz con pollo, manjar de la época, nos preparábamos para el último garbeo semanal, para poner la guinda al pastel, para acabar a lo grande: la mítica sesión doble de clásicos en el Cine Pavón, en donde por 3 pesetas, 3,( al cambio hoy, no llega ni a los 2 céntimos, 2) te jincabas unas pelis memorables: caían, sí o sí, una de indios y americanos, «con los tiros justos», como le gustaba decir al señor Pavón, y otra de Fantomas, nuestro malote favorito, o una de romanos, sin parpadear, y así pasabas la tarde en compañía de tus amigos y de los comestibles que te habías mercao de camino al templo pagano.

Y ese kiosco, con el paso de los años, mantuvo el tipo como referencia popular, enclavado en un estratégico cruce de caminos que con tan buen ojo instalaron, previa concesión del Ayuntamiento en el 66, el señor Urbano y la señora Gabriela, que tuvieron en Mari Carmen, hija pequeña de éstos, a una entregada continuadora de la saga familiar. Y desde el 85, el dúo dinámico, formado por la benjamina del matrimonio fundador y su marido, Tino, cogieron el timón del chiringuito, reemplazando el original habitáculo minúsculo, clavaito a la cabina de José Luís López Vázquez, por uno más moderno, más espacioso, más robusto y práctico para exponer todo lo susceptible de ser vendido, en el que cabían la butater en invierno, un diminuto aire acondicionado para combatir la calorina veraniega y una tele y to'.

No se sabe si por su ubicación entre los dos templos moralos dedicados a nuestra patrona, pero sí que sabemos que muchos lugareños lo utilizaron de confesionario auxiliar para el desahogo exprés ante sus moradores. Hemos vivido ratitos memorables en acaloradas tertulias intentando arreglar un mundo de difícil solución, y siempre has encontrado en ella la mesura, la discreción, la palabra amable y pragmática y, en él, las sentencias viscerales y rotundas desde su voz grave, envuelto en esa nebulosa permanente, producto de su perenne cigarrillo pegado a sus dedos.

Y los que nos hicimos padres, continuamos con las buenas costumbres y, los domingos, después de misa de doce, la de los niños, y de disfrutar de las peculiares homilías de don Felipe, micrófono en mano, y de su repertorio de canciones religiosas para los más pequeños, hacíamos el paseíllo camino de la paella de Gredos, con obligada escala técnica en el kiosco para nosotros comprar el dominical y para que nuestros vástagos compraran las chuches que degustaban en el Jardincillo, mientras disfrutábamos de unas cañitas con nuestros amigos.

A mejor vida

Y hoy, más de medio siglo después, el negocio ha pasado a mejor vida, y sus dueños, sin duda, también. Ya no será un punto de recogida extraoficial de los más inverosímiles paquetes, sobres y bultos sospechosos que uno se pueda imaginar; ya no podrás pedirle a Mari Carmen que si te puede conseguir ese número olvidado de tu revista de música favorita, o pedirle el Speak Up que se te pasó comprar, ni podrás relamerte con Tino que el Madrid ha sido, otra vez, campeón de Europa, o que Rafa ha batido un nuevo récord. Ya no habrá donde dejar los recaos urgentes, ni a quien pedirle ese repentino favor, ni con quien compartir el último chascarrillo local, ni habrá más secretos inconfesables que llevarse a la tumba. Ya no podremos iniciar todos los septiembres esos coleccionables que nunca llegábamos a completar.

Ahora ya os toca descansar, y bajar definitivamente la persiana del ventanal con vistas al día a día de la serie de nuestras vidas, del 'Cuéntame' moralo. Os merecéis disfrutar de una tercera juventud en compañía de vuestras hijas, a las que con tanto sacrificio regalasteis un porvenir y, sobre todo, mimar a la joyita de la familia. Ahora tenéis todo el tiempo del mundo para ejercer de jóvenes abuelos de la pizpireta Eleanor, a la que contaréis aquellas historias que nunca contasteis a nadie.

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