Jesús rubio GarcíA
Domingo, 20 de diciembre 2020, 21:18
En primer lugar, quiero dar las gracias a los organizadores, y muy especialmente a la Fundación Concha, por darme la oportunidad de estar hoy aquí sobre este escenario. También quería darles la enhorabuena, por supuesto, por seguir llevando a cabo este concurso que echó a andar allá por el año 1999 de la mano de Radio Navalmoral y que ahora, gracias al empuje de la Fundación, no ha perdido fuerza alguna.
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Cuando Rosa me invitó a que hablase en la entrega de premios de hoy, no sabía muy bien qué contar. Se me ocurrió que podía hablar sobre mi infancia con recuerdos navideños felices, de la ilusión de recibir a los Reyes Magos yendo a todas y cada una de las casas de mi familia; contar una especie de anuncio de radio que grabé siendo pequeñito con Rosa precisamente; incluso hablar de este concurso, porque con una de las cosas con las que yo relaciono la Navidad es, precisamente, con este concurso de relatos. Hablar, al fin y al cabo, de varios recuerdos y todos muy felices.
Sin embargo, hubo algo que se cruzó en mi camino, y ya no pude escribir nada de lo que tenía pensado.
El otro día, el miércoles pasado creo que fue, me estaba quedando medio dormido en el sofá, pero me enganché a una película, de esas que ponen en la tele o que ponen ahora en cualquier plataforma de streaming. Debo decir que me llamó la atención porque, para empezar, la película se llamaba 'Qué bello es vivir… en Navalmoral'. Bueno, bien, podía ser, por qué no.
'Qué bello es vivir... en Navalmoral' era la historia de dos ángeles que llegaban a una localidad del norte de Extremadura con la intención de cumplir una misión para ganarse sus alas. Para ello lo que tenían que hacer era salvar las luces de Navidad del sitio. Hay que decir que estos dos opositores de alas, por llamarlos de alguna manera, se habían ofrecido como voluntarios porque conocían muy bien la zona.
Pues bien, los dos llegan a la entrada de la localidad y ya de primeras la cosa pinta regular tirando a mal. Ni una luz navideña funciona. Cómo puede ser. Al parecer las autoridades lo habían intentado todo, pero nada, esas luces no iban. Habían cambiado la conexión, el enganche, las propias luces, las bombillas, todo, pero nada, cero, no había manera de hacer que eso funcionase. Por eso precisamente este caso requería de una atención angelical.
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Los ángeles protagonistas, a quienes llamaban ángel meteorólogo y ángel radiofónico, se ponen manos a la obra. No hay tiempo que perder e intentan arreglarlo de distintas maneras, pero todas fallan: desde poner luces solares que en diciembre van regular, hasta intentar hacer un empalme y enganchar las luces navideñas al generador que proporciona luz a las estrellas, sí, las de la Vía Láctea. Pero todos los intentos son un fracaso. No hay manera.
Los dos ángeles se desesperan, pero entonces recuerdan algo que les enseñaron nada más llegar al cielo: «lo importante es que sigáis siendo vosotros mismos y que aprovechéis lo que sabéis para poder completar vuestras misiones». OK, pues muy bien, vamos a ver entonces, repasemos, uno de ellos sabe cómo funcionan las ondas radiofónicas, sabe dar alguna noticia y… dar clases de educación física, sí, también, bueno, y algo sobre mármol y granito, sí, no mucho, pero algo, pues no sé, con esas a ver qué le sirve para arreglar unas luces. Y el otro sabe de historia, de historia de todas las épocas y de todos lados, pero especialmente historia de esa zona, y de meteorología, no se le escapa un fenómeno meteorológico, pero… están en las mismas, ¿no? Con eso parece que no tienen muchas herramientas para poder arreglar unas luces.
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Sin embargo, como suele suceder en estas historias, cuando los dos ángeles están a punto de rendirse, empieza a llover y ambos tienen una revelación. Justo en ese momento meteorólogo y radiofónico se fijan en lo mismo, en algo que hay en lo alto de la localidad. A los dos se les enciende la cara al mismo tiempo. A lo lejos, por encima de todas las casas, han visto una Piedra Caballera. Y esa va a ser la clave para solucionar su misión.
Tormenta eléctrica
Uno de ellos, el conocedor de los fenómenos atmosféricos, se pone a estudiar cuándo va a haber una tormenta eléctrica. Revisa sus datos bien, a conciencia y lo tiene claro. La próxima tormenta va a ser en 45 minutos y el rayo más potente caerá en 47 minutos y 14 segundos a pocos metros del Parque de las Minas. Perfecto, pero tienen que moverse rápido. El ángel radiofónico prepara una especie de estación de radioaficionado para estar conectado en todo momento con su compañero y emprende su marcha hasta la Piedra Caballera. No pueden fallar. Es esa oportunidad o nada. No habrá otra tormenta hasta dentro de diez días y entonces ya será tarde, la Navidad habrá pasado. No hay tiempo que perder.
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-Ya estoy arriba.
-Perfecto. ¿Me ves? - el ángel meteorólogo que sigue en el centro de la localidad le hace señas al radiofónico con una linterna.
-Sí, genial, te veo. Con la lluvia un poco peor, pero te veo. ¿Todo preparado por ahí abajo?
-Todo preparado.
Lo tienen todo calculado. El ángel meteorólogo hará rebotar el rayo para que llegue hasta la antena de radio que hay al lado de la piedra y, a su vez, el ángel radiofónico, subido a la Piedra Caballera, hará rebotar el rayo desde allí hasta la instalación de luces de la calle principal de la localidad. Si eso funciona, según sus cálculos, el chispazo, con la potencia que llevará, encenderá todas las luces navideñas una detrás de otra.
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Poco a poco nubes más y más oscuras empiezan a cubrirlo todo. La tormenta se acerca.
-Atento que viene.
Los dos miran al cielo. El meteorólogo mira su reloj:
-15 segundos según mis cálculos.
10…
-Estoy.
-5… 4… 3… 2… 1...
Y como suele suceder en estos casos, gracias a los cálculos, al deseo, al trabajo de los ángeles y a una pizca de suerte, en ese momento, en ese preciso instante, a las 04:47 de la madrugada del viernes 18 al sábado 19 de diciembre, en esa localidad del norte de Extremadura cae el rayo más grande que jamás se haya visto, sólo comparable a uno que se registró en marzo de 1964, según pudo asegurarle el ángel meteorólogo a su compañero de andanzas radiofónico.
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El rayo cae y rebota, y rebota… y rebota hasta llegar a la calle principal y chasssss… poco a poco, bombilla a bombilla, se hace la luz, todo se va iluminando, una estrella de Navidad detrás de otra.
-¡Ha funcionado! repito, ha funcionado - Le dice el meteorólogo a su compañero - Puedes bajarte. Cambio y corto.
-Perfecto. Gracias por su atención y muy buenas tardes - dice el otro, y emprende su marcha de vuelta al centro de la localidad.
Los ángeles deciden dar un paseo para corroborar que todo está bien iluminado. Y así es. Todas las calles parecen ahora otra cosa. Una maravilla.
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La película termina con los ángeles emprendiendo de nuevo su camino hacia la salida de la localidad. Antes de abandonarla, se giran, miran una última vez para asegurarse de que las luces siguen a pleno rendimiento y echan a andar. Uno le dice al otro:
-¿Tan importante eran las luces?
Y el otro le responde:
-Pues no sé, pero eso parece.
Acto seguido, uno de ellos mira al cielo y comenta:
-Te voy a decir dos cosas: una, de ésta nos ganamos las alas, y dos: mañana va a llover, es más, habrá alerta amarilla por lluvia y vientos, temperatura máxima: 9 grados y mínima: 1 grado a las 6:47 de la mañana. Humedad media relativa del aire del 20%.
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El otro ángel mira al cielo, encoge los hombros como diciendo «tú sabrás» y, para celebrar el éxito de la misión, se enciende un cigarro, se lleva las manos atrás y se pone a silbar. El meteorólogo no se resiste y se une también a silbar con él. Por qué no, se van a llevar por fin sus alas. Y así, con esas, ambos siguen andando y andando, con ese silbido y con una sonrisa de oreja a oreja, esa sonrisa que solo te proporciona la sensación de las cosas bien hechas.
'Qué bello es vivir' era una de las películas favoritas de mi padre, por eso, yo quería darme el gusto de convertirle por un día en protagonista de una versión morala de su amada película. También, quería que este pequeño relato fuese no solo en su honor sino en el de todas las familias que durante este año han tenido que despedirse de sus ángeles particulares, como la familia de nuestro querido Domingo Quijada, el otro ángel protagonista de esta historia, al que hoy, además, recordamos especialmente porque fue el accésit de la primera edición de este concurso.
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Y quería también con este relato reconocer una vez más la importancia de las historias. En un año tan complicado como este 2020 creo que las historias nos han salvado de todo lo que han podido. Las historias en cualquier formato, las que nos hemos contado a través de videollamadas, las novelas que hemos leído, las canciones que hemos escuchado, la series o películas que hemos visto. Todas ellas nos han permitido de una u otra manera seguir.
Y os doy también las gracias por haberme permitido subir hoy aquí a contar este pequeño relato para, de alguna forma, seguir manteniendo vivo mi espíritu navideño.
Espero que este certamen de relatos siga muchos años con la ilusión con la que lo ha hecho hasta el momento. Y, ya para finalizar, únicamente desearos feliz Navidad a todos.
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