Gómez de la Torre al ordenador HOY
Crisis del coronavirus

Añoranzas de abuelos

«En este tiempo de confinamiento te gustaría pasar un rato con ellas (las nietas), e intentar contarles algún cuento, o explicarles que cuando tú eras niño en el pueblo donde naciste, en vez de papá Nöel, quien dejaba los regalos era la Vieya'el Monte»

José María Gómez de la torre

Sábado, 2 de mayo 2020, 10:45

No madrugas. ¿Para qué? En estos días de confinamiento solo vas a tener la oportunidad de hacer lo mismo que ayer, que anteayer, que el ayer de anteayer, que el anteayer de anteayer...

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Corres la cortina, subes la persiana y la mirada y ves el cielo enmarañado; después bajas la mirada para ver vacía la plaza que queda a tus pies; por encima del tejado del edificio de enfrente ves la Piedra Caballera; después tiendes la vista hacia un lado para ver la torre de la Telefónica con sus nidos de cigüeña vacíos porque ellas, las cigüeñas, no están sujetas al confinamiento y se han ido vete a saber dónde.

Mirando al vacío piensas que la edad, que te ha dado algunas aptitudes, te ha recortado la imaginación y reducido la capacidad de sorpresa, que te falta espontaneidad y ya no serías capaz de decir, como hizo tu nieta menor: mamá, en la ventana del salón hay un caballo.

Y sí: en la parte de afuera de aquella ventana, mirando por encima del techo del polideportivo, a un kilómetro de distancia, en una pradera aledaña al arroyo de El Molinillo había un caballo. El caballo que la peque veía en la ventana del salón.

Dejas entonces que vuele la imaginación, cierras los ojos y miras hacia adentro. Es de esa forma como recuerdas que a tu otra nieta, de más pequeña, solo le gustaban los «yogures de abuelo». Que cuando iba a la cama, después de que la abuela la acostara y le contara un cuento, si no se dormía, ibas y la amenazabas con contarle el cuento de Juan Peranzules y ella, muerta de risa, te decía que no, que no, y tú empezabas «¿cómo que no quieres que te cuente el cuento...»; a la tercera repetición, se dormía agotada de reír.

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En este tiempo de confinamiento te gustaría pasar un rato con ellas, e intentar contarles algún cuento, o explicarles que cuando tú eras niño -porque los abuelos también fuimos niños hace muchísimo tiempo- en el pueblo donde naciste, en vez de papá Nöel, quien dejaba los regalos era la Vieya'el Monte que era una mujer muy muy vieja, que ya dejaba regalos a los abuelos de los abuelos de vuestro abuelo y mucho mucho antes.

Que en aquellos pueblos pequeñitos que se alzaban en las laderas de las montañas, como los de la Vera, pero mucho más lejos, había costumbres como la del palo'el pobre, que era un palo que pasaba de casa en casa, que cuando llegaba algún mendigo pidiendo limosna, en la casa donde estuviera el palo se le daba cena y alojamiento donde pasar la noche a cubierto. Cuando la familia había cumplido su deber con un pobre, pasaba el palo a la familia siguiente, que sería la que tendría la obligación de dar cena y posada al siguiente pordiosero que llegara por allí.

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Claro que sabes que no te puedes hacer ilusiones, que en estos tiempos es muy difícil conseguir mantener la atención de los niños con solo la palabra, en competencia con los medios audiovisuales de que disponen, que les facilitan ver y oír sin que tengan que esforzar la imaginación.

Lo que han cambiado las cosas

Mirando retrospectivamente te das cuenta de lo que han cambiado las cosas en muy pocos años. Que lo tenías mucho más fácil con tus hijos, a los que les contabas un cuento cada noche, muchas veces el mismo al que no podías variar una palabra, porque se lo sabían de memoria, pero les encantaba que tú se lo contaras.

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O les enseñabas un dibujo con un pueblo al fondo, un labrador arando en primer plano y dos pájaros volando en un cielo azul. Y el primer día les fuiste preguntando por lo que se veía y cuando señalaste los pájaros te dijeron «son dos palomas» y tú dijiste «¡qué va, qué va! ¡si son dos cuervos horribles!»

En los días sucesivos eran ellos los que te iban preguntando por las cosas que se veían en el dibujo, y cuando te señalaban los pájaros decías cándidamente «dos palomitas», y ellos, muertos de risa te decían: «¡qué va, qué va! ¡si son dos cuervos horribles!»

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Añoranzas de abuelos.

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