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Concentración en la plaza de España
Se acabó el Carnaval

Se acabó el Carnaval

"No se dan cuenta de que el cabreo generalizado lo provoca la triunfalista carta de la señora ministra, a la que imagino con su máscara sonriente a nuestra cuenta"

JOSÉ MARÍA GÓMEZ DE LA TORRE

Sábado, 17 de marzo 2018, 11:35

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Otro año más se acabó el Carnaval. En algunos sitios finaliza el Miércoles de Ceniza con la quema de la sardina.

Por cierto que la sardina morala de este año era una sardina resultona, con su sombrerito azul y su librea de escamas plateadas sobre fondo negro que le daban aspecto de sardina asalmonada. Su carita de angustia, que parecía vislumbrar el final que la esperaba, incitaba a perdonarle la vida.

Para los que tienen sentimientos religiosos profundos las fiestas del desmadre carnavalero finalizan con la imposición sobre su frente de la ceniza, que se obtiene, o debería obtenerse, de la quema de los ramos de la procesión el Domingo de Ramos del año anterior. Y si no se tiene, seguro que en los chinos se encuentra.

En otros lugares se alargan los carnavales hasta el llamado Domingo de Piñata (primer domingo de cuaresma) reduciendo el tiempo de penitencia en cinco días.

Con esto de la penitencia, ayunos y abstinencias me atenaza una duda cuando pienso que Dios, con poco más de un centenar de minúsculos átomos diferentes, creó un universo enorme y complejo, con billones de galaxias y trillones de cuerpos estelares que se mueven en armonía; que con una pequeña selección de esos minúsculos átomos ha creado la vida en la tierra, desde las células más simples hasta organismos complejos resultado de la unión armoniosa de células distintas con diferentes funciones; que dentro de esos organismos complejos podemos encontrar desde la simpleza vegetal, la belleza de una mariposa, la liviandad de un ave, la gravedad de un elefante, la mansedumbre de un cordero o la fiereza de un tigre, hasta llegar al hombre, al que dotó de inteligencia -rectifico para que no se ofendan las feministas-: hasta llegar a la especie humana a la que dotó de inteligencia aunque dejó escasa de sentido común. Rectifico de nuevo: hasta llegar al hombre al que dotó de inteligencia aunque dejó escaso de sentido común.

Todo esto viene a cuento de mi duda, que hace que me pregunte si a este Dios Creador le puede preocupar lo que come y cuánto come un ser de la especie humana un viernes de Cuaresma.

La carta de la ministra

Pero a lo que vamos: hay quien no se quita en todo el año la máscara carnavalera que luce una sonrisa permanente. Así la lleva desde que el presidente Rajoy, que tiene una especial intuición para rodearse de ineptos, la nombró ministra de Empleo y Seguridad Social. Prefiero creer que es una máscara con la que oculta su vergüenza, a creer que es su verdadero rostro y que se está escachifollando de nosotros.

Con esa desenfadada sonrisa nos viene anunciando cada año a los pensionistas la subida de un 0,25% en la cuantía de nuestra pensión. Bueno, para ser exactos en 2012 fue del uno por ciento. Claro que unos días antes, en diciembre de 2011, el sr. Rajoy había decretado una subida de un 3% en el IRPF con lo que perdimos la subida de la sonriente Báñez y algo más. Y con ese incremento de un 0,25% anual recuperar el poder adquisitivo anterior no ha sido cosa de un año.

Ahora, cuando ha llegado el hartazgo de la miseria del 0,25 tras continuos mensajes triunfalistas sobre nuestra economía, nuestro crecimiento, nuestras cifras de empleo, los pensionistas se han cansado y unos cientos en Navalmoral y muchos miles en otros pueblos y ciudades de toda España han salido a la calle para pedir pensiones dignas y que no se les tome el pelo.

Los analistas del Gobierno, con el acierto que les caracteriza, echan la culpa a los partidos de la oposición y se remontan a la congelación de Zapatero -olvidando decir que no se congelaron las pensiones mínimas ni las no contributivas, que además habían duplicado su cuantía durante su mandato- y no se dan cuenta de que el cabreo generalizado lo provoca la triunfalista carta de la señora ministra, a la que imagino con su máscara sonriente a nuestra cuenta.

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