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Mariano, Puigdemont y otros cafres del montón

Mariano, Puigdemont y otros cafres del montón

"Uno espera de sus presidentes que busquen soluciones y no echen más leña al fuego. Por eso ninguno de los dos pueden continuar como interlocutores"

ALEJANDRO TANCO

Jueves, 5 de octubre 2017, 09:32

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España se rompía por permitir a la cámara de representantes democráticamente elegidos en una comunidad autónoma redactar su propio Estatuto de Autonomía y, por esa razón, a pesar de imperar la paz social que garantizaba la convivencia entre independentistas y no separatistas, el PP decidió recurrir un texto que era fruto del consenso alcanzado entre la mayoría de partidos con representación en el Parlament catalán.

Era necesario hacer gala de llevar una bandera de España tatuada en el pecho para que acólitos de un régimen anterior no se reconocieran en otras siglas y para que con las muertes de Blesa, Barberá, Yáñez, Pérez Mora, Mª del Mar Rodríguez, Martínez Nuñez, Antonio Pedreira, Cuberos, Paco Iberia y el Ingeniero de Pozuelo se enterrara también la Gürtel. Aunque posteriormente pensaran que era mejor incinerarla aprovechando el incendio de los juzgados de instrucción de Valencia.

Al mismo tiempo, en Catalunya CIU requería aplicar sobre el pueblo alguna fórmula que hiciera pasar desapercibido el cartel de Se Busca con la cara de Jordi Pujol y para ello, lo mejor era algo que produjera tanto ruido, que la palabra corrupción se perdiera entre tanto ladrido.

De este modo, Puigdemont decidió convocar un referéndum prescindiendo del axiomático ordenamiento jurídico, pasándose la legalidad, las normas procedimentales y las garantías electorales por el mismo sitio que entra una cámara colonoscópica a buscar a Crohn.

El de la barba, tras jurar y perjurar que el 1 de octubre no se votaría, perdió su credibilidad al verse colegios abiertos, catalanes votando y políticos informando de un falso escrutinio. Fruto de la frustración o esperando el regocijo de los españoles, que son muy españoles y mucho españoles, decidió convencer a la otra parte con una técnica paterno-filial mundialmente conocida; la hostia biendá.

Todo esto no es más que el fruto de dos interlocutores que han querido resolver un asunto de suma importancia sin sentarse a hablar, a pesar de la creación de una comisión creada al efecto gracias a la propuesta y negociación de Pedro Sánchez. Uno espera de sus presidentes que busquen soluciones y no echen más leña al fuego. Por eso ninguno de los dos, ni Puigdemont ni Mariano Rajoy, pueden continuar como portavoces. Ambos deben presentar la dimisión inmediatamente cediendo la silla de interlocución a quienes estén dispuestos a solventar el problema como ya se solventó, dialogando, acordando, consensuandoeso sí, sin ningún tipo de concesión económica.

Si esto no sucede, y el lunes, o cuando sea que ocurra, el presidente de la Generalitat declare por sus cojones a Catalunya república independiente, tendremos a los catalanes que no han hablado saliendo a la calle encabronados; a los que deciden unilateralmente, dibujando su país con escuadras y cartabones; al presidente belga dando lecciones de como patean balones los flamencos y a Mariano en casa plasmado en el plasma.

Lástima de pastores que dan pasto envenenado al rebaño que come de sus manos.

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