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Casetas de los libreros en la Feria del Libro

Cinco raciones de lectura en el Día del Libro

"No esperen a que los planes de estudio solucionen este problema, porque probablemente a nuestros políticos actuales no les interese solventar una situación que en cierto modo les permite trabajar cómodamente"

Carolina Molina FErnández

Domingo, 23 de abril 2017, 10:14

Imagínense a un jovencito de trece o catorce años, muy seguro de sí mismo y convencido de que el mundo está en sus manos, perdido en un inmenso bosque de palabras. Debe salir de allí, pero no sabe muy bien cómo hacerlo. Ese mismo alumno, unos cuantos años antes, le ha preguntado a su profesor de lengua: ¿Y por qué tenemos que leer?. Y aunque el profe le ha contestado que leer es indispensable para que no te engañen en la vida, el joven seguro y hormonado ha encontrado otras tareas más apetitosas. Le preguntaron si prefería verdura o una tableta de chocolate, y, lógicamente, eligió el chocolate.

En los años cuarenta, el profesor y pensador Marshall McLuhan estableció el concepto de Galaxia Gutenberg para hablar del período de la historia que comienza con la invención de la imprenta a finales del siglo XVI. Antes de que Gutenberg difundiera el invento, la única forma de aprehender el conocimiento era desplazarse a un monasterio y leer los códices, que por supuesto estaban escritos a mano. La mayoría de la población, analfabeta, tan solo podía optar a leer las vidrieras de las catedrales góticas.

La imprenta revolucionó el mundo entonces conocido, porque el libro dejó de ser un objeto de culto y se transformó en un instrumento del saber. La cultura, que estaba destinada a unos pocos hasta entonces, se extiende, se reparte, se populariza. Y así hasta el siglo XX, gracias a ese invento denominado libro y al ejercicio de la lectura.

Actualmente, estamos en un período de transición desde la Galaxia Gutenberg a lo que el mismo McLuhan denominó aldea global. El pensador norteamericano ya intuyó la tremenda revolución que supone para la cultura (y para la vida) la existencia de una world wide web. Tan solo necesitamos una conexión a una red de teléfono para disponer de grandes cantidades de información. ¿Recuerdan qué era hace no tanto buscar una simple receta de cocina, y no digamos hacer un trabajo sobre las pirámides de Egipto? Lo que conseguimos ahora en un golpe de clic conllevaba hace treinta años un esfuerzo ingente.

Y sin embargo, a pesar de tener el conocimiento ahí al lado, estamos creando una generación de analfabetos funcionales, o si lo prefieren, de diabéticos neuronales. Porque no se trata de que no sepan leer, que saben, sino de que no saben interpretar, descodificar, aplicar los conocimientos que han leído. De la misma manera que la tasa de diabetes infantil está creciendo de modo alarmante en España debido al sedentarismo, a nadie se le ha ocurrido hacer un estudio de cuántos de nuestros jóvenes están en situación de riesgo para su salud intelectual y emocional. Nuestros adolescentes tienen las neuronas llenas de azúcar (televisión, redes sociales...), pero generalmente no son conscientes de que necesitan aportar a sus conexiones cerebrales esas raciones de fruta y verdura (es decir, de libros), en principio poco apetecibles, para no caer en el sedentarismo, tan peligroso, de la ignorancia.

Cada vez cuesta más leer

A muchos de nuestros alumnos de la ESO les cuesta cada vez más leer (entender) un prospecto de un medicamento, una noticia del periódico, entender un contrato de alquiler. Por supuesto, faltaría más, la culpa no es de ellos. Los que nos dedicamos a la docencia y vemos cómo reforma a reforma los planes de estudio ningunean a las Humanidades tenemos nuestras sospechas: la única forma de crear ciudadanos críticos es la lectura.

Leer te obliga a dudar, a repensar lo que das por sentado, a contemplar nuevos horizontes y nuevas perspectivas. Como decía el novelista y semiólogo italiano Umberto Eco, los libros son instrumentos que provocan en nosotros pensamientos más allá de la lectura original. Solo leyendo consiguieron llegar hasta donde llegaron científicos tan importantes como Isaac Newton, Marie Curie, Albert Einstein.

Y muy probablemente, en la era en la que disponer del conocimiento ha sido más fácil, esta sociedad líquida en la que vivimos ha favorecido que otros elementos mucho más estimulantes ocupen el cerebro de nuestros chicos. Y les ha convencido de que no hay que leer, puesto que todo está ahí, en internet. Así que, curiosamente, aunque ellos creen que están muchísimo más informados que sus padres, sin embargo no son capaces de engarzar datos, de seleccionar la información relevante, de leer entre líneas y por tanto de interpretar. Lo cual, en todo caso, es una tremenda paradoja: tienen una enorme red de información, pero no saben por dónde deben comenzar a contemplar la vidriera de la catedral gótica. Tienen las herramientas, pero no saben cómo usarlas.

Es, por tanto, tarea de padres y educadores concienciar a nuestros jóvenes de la necesidad de leer como parte de su formación. Leer es una actividad costosa, como lo es acostumbrase al sabor de ciertas verduras, como lo es hacer deporte a diario para evitar ciertas enfermedades. Pero lo que parece evidente es que necesitamos dar instrumentos a nuestros jóvenes para poder enfrentarse al mundo tremendamente complejo que les tocará vivir. Crear ciudadanos con capacidad crítica es asegurarles, al menos, la posibilidad de que no les engañen.

No esperen a que los planes de estudio solucionen este problema, porque probablemente a nuestros políticos actuales no les interese solventar una situación que en cierto modo les permite trabajar cómodamente. En el día del libro, a mí se me ocurre una primera solución que debe empezar en casa: cinco raciones de lectura a la semana. Solo así podrán salir del bosque.

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